22 09 20
Aquí pensando en todo lo que nos está sucediendo, en el campo verde y en la gente que corre y corre camino arriba y abajo, con el desespero que hace rechinar los dientes y maldecir, luego recurro al rincón del perverso, al nicho de la víbora, al nido de la calandria y le apuesto a un poema para mitigar las penas.
¿Qué haremos donde la justicia no aparezca? ¿Qué será de nuestro futuro?, por lo menos el futuro es un día más, pero sería bueno que ese día tengamos algo de paz y el asomo de un pan tibio con una agua de panela sobre la mesa.
A veces sentimos depresión intensa, y es peor que el hambre, porque no podemos cambiar nada si no iniciamos por cada uno de nosotros; la justicia empieza por casa, los valores se siembran desde el terreno donde la vida crece, tenemos que abonar nuestra propia tierra para que nuestras semillas puedan germinar fuertes y valientes, porque el sol a veces pega fuerte y la brisa sacude nuestras ramas de forma poderosa.
¿Qué puedo hacer por otros si no avanzo como ser humano? Vivimos pegados de la apariencia, de comer más de lo que nuestro estómago soporta y nada nos importa el peregrino que sacude sus alas una y otra vez y nada consigue en su camino, hasta la carroña la enterramos y nosotros, los pájaros negros que deambulamos por el mundo, cada vez perdemos más, no hay más muerto para comer, o hay tanto, que la tierra no soporta más el peso de sus almas.
Quisiera que la humanidad comiera pasto como los bueyes, que no tuviéramos que asesinar para comer, pero mi perversidad me acosa, lo que promulgo no lo cumplo porque ante un trozo de carne asada olvido el dolor y la agonía de la víctima mientras la saboreo.
Nuestra doble moral es la curva que engrendra ponzoñas en el alma, pasamos por santos mientras íbamos a misa, ¿ahora quién va a misa?, ya no podemos reír de los zapatos viejos de otros, ni de sus trajes corroídos, ya no podemos dar un abrazo en el momento de la paz, pensando: ¿será que tiene piojos?, ahora Dios nos camina desde el miedo a morir, nos señala y hasta sonríe de nosotros, sus débiles y malvados hijos que un día asesinan y al otro festejan con sangre por el dolor ajeno.
Quiero que los malvados que han causado tanto daño a mi patria paguen por sus fechorías y deseo ver al campesino sonriendo con un café en sus manos, y sus ojos puestos en los pechos de su amante.
¿Qué tan malo puede ser desear un poco de paz y felicididad, que ha sido tan usurpada desde la raíz misma del árbol?
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, 22 09 20
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