Al caballero que se esconde entre verdes ramas,
le pedí un deseo:
Cayeron hojas doradas en otoño
y brotaron lirios en invierno...
Le supliqué que la lluvia cesara,
pero mis ojos se inundan cada mañana con su recuerdo.
A mi bosque amado le pedí una estrella:
Se encariñó tanto conmigo,
que me dejó dos rosas en el cielo
y cada atardecer las veo, semejan gorriones
y en cada noche las descubro,
entre luces de
colores.
Le pedí tanto, y tanto me ha dado,
que cada perla se convierte en un rosario
donde los besos, madrigales fueron,
y los amores, talles sobre troncos viejos.
Fue la brisa y el cantar del toche sobre los platanales,
y el nido tejido con gracia y hermosura,
un nicho abrigado
en donde caben todas las bellezas del alma.
El sudor de la madre tierra
es un olor confundido en todos los aromas
mezclados con la pena agridulce del labriego,
el canto de los grillos y el jilguero,
las pequeñas ranas, que entre las bromelias,
parecían pequeñas flores saltarinas.
El bosque de infinita gracia,
pleno de colores y tristezas, lloraba las vilezas
del púrpura que sobresale en la maleza,
de la paloma herida sin motivo,
esa lanza con doble filo,
esos gritos que se ocultaron entre los ojos de un búho,
que prefirió guardarse en su madriguera
y llorar un poco ante todo el desatino
que está llevando a la madre tierra al filo de la muerte,
pero río, porque el bosque, amado mío,
reverdece de nuevo
y carga entre las rocas, las elegías del hombre.
Tomó el llanto de las orquídeas,
conoció del paso del caminante descalzo,
del musgo con su olor inconfundible,
de la humedad, el nacimiento de un riachuelo,
del gran caballero de muchos años,
vencido y agotado bajar por los cerros
para ser convertido en vástagos para lanzar al fuego...
Al bosque le debo lo que soy, lo que amo, lo que anhelo...
Tambores repican a lo lejos,
parecen almas solas que buscan consuelo.
Gritando vago cada día,
deseando un alma sola para que tropiece conmigo
pero ya estás aquí,
si la espuma de la cascada recorre los senderos
y los rayos tibios del astro rey bajan, sin confundirse,
y vuelve dorados mis sueños.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, septiembre 10/13
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