miércoles, 14 de junio de 2017

EL ABUELO DE LA CAMA 3 (11)

EL ABUELO DE LA CAMA 3 (11)

¿Qué te pasa abuelo?, pero el abuelo no pasaba ni la saliva, algo se tragaba sus letras y sus oraciones, y estallaba una y otra vez el mar profundo que se hacía roca en su corazón.

¡Si hay un mañana, no quiero estar ahí!, -le respondió a la enfermera más dulce que había visto; -pero quiero que me des la mano y la aprietes contra ti, para sentir que una flor hermosa me vio y aromó ésta pálida estación de mi vida.

Hoy la melancolía tocó a mi puerta, pero voy a dormir, no quiero soñar con nada malo, es que las historias se llueven y debo recoger sus lágrimas y copiarlas en algún lugar, pero mi hija continúa...

Llora como un bebé el anciano de la cama 3, pero la madre pronto llegará, ¡lo sé!, las tetas alcanzarán a tocar su boca, ¡qué grande es el amor de Dios!, y cerró los ojos, se durmió, la boca quedó en un balbuceo, ha sido tocado y el frío cubrió la montaña; la gente viene y va, la muerte se volvió costumbre, pero su llanto de niño alguien recordará.

¿Cuántos ancianos están abandonados?, solo pasear por un hospital y los veremos con sus miserias pegadas de la piel y las escaras cantando aleluyas y gritando padrenuestros.

¡No es un cuento!, se volvió historia patria; que Dios nos ampare y proteja de una vejez en abandono, nada sería más triste, la vida misma sería el peor de los sufrimientos.

Hay ancianos sin familia, o si la tienen se hacen a un lado, muchas veces por motivos económicos los abandonan, pero si los ancianos son adinerados también sucede, y hasta desean la muerte de los viejos. ¿Cuántos casos hemos visto?, muchos, y la cuenta sigue llenando hojas y hojas.

Admiro el trabajo de las enfermeras, porque ellas se untan de la miseria humana y transforman las agonías de un enfermo en una leve sonrisa.

Cada vez que me cuenta una historia, no puedo pasar sin dejar al recuerdo un poco de la memoria del ser que la motivó.

A ellas muchas bendiciones, por algo la providencia las colocó en ese camino, y hablo de las buenas, porque también las hay perversas, malgeniadas y arrogantes, esas equivocaron la profesión.

El abuelo lo sabe, se hace el muerto cuando perversina pasa, no quiere sus manos ahondando la pena y ella lo ve como a un trapo viejo y se aleja.

Ahora siente que una mano de seda acaricia su rostro: -¿Qué te pasa abuelo? Pero él no pasa ni el agua, trata de gritar y su grito se pierde junto al mar que brota por sus ojos.

¡No puedo comer!, alcanzó a escuchar…, y ella pasó un algodón húmedo sobre sus labios.

Esa caricia lo volvió niño y ella sintió que era madre, luego se alejaron con el silencio cómplice en sus ojos, pero en ellos estaba Dios conversando con los dos.


Raquel Rueda Bohórquez
14 06 17



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