EL CANARIO Y EL GATO BLANCO (30)
Lo vi acercarse a la puerta del vecino, tenía rostro grande
y preocupado; no podía gritar las heridas
que se veían desde afuera, un golpe en su frente parecía un corazón
ensangrentado, y maulló un rato sus tristezas, como si un mensaje fuera enviado
por alguien, luego murió el canario prisionero, el día de ayer, ¿acaso importa
el día de la libertad?, ella llegará en silencio y sin hacer preguntas abrirá
la celda y dejará volar a ese que mucho lloró, en medio de trinos y sonidos a
lluvia en los tejares.
Hoy no regresó, pero estaba pálido, más que su piel de seda
con la mirada abierta igual que todos algún día, hacia las estrellas que fueron
sus confidentes en una noche de gatos y lobos, de hombres malvados y de niños
que pierden la inocencia cuando lanzan rocas, creyendo que el dolor no existe,
y se alejan riendo en medio de un cultivo de males que se les crece por dentro,
si no hallan freno a tiempo y una voz detiene en el aire las rocas lanzadas.
Sí, el gato de rostro grande y dulce mirada, se despidió de
la vida, con esa herida en la frente, parecía no sentir dolor, pero regresó a
la puerta, en donde una promesa de amor de amarillo color, se dibujaba en
aquéllos ojos azules.
No fue quien hirió al canario, jamás lo intentó siquiera,
pero su trino quedó grabado en varios poemas, en cambio para él no hubo
historia, fue una visita rara, de mirada extraña que nos advertía de algo, pero
se llevó la vida de alguien en su trajecito de niño afelpado y dulce.
¿Qué será?, /me dice mi vecina, ¡es todo tan extraño!
Siente un miedo de madre, donde los recuerdos trágicos traen
a su hijo menor cubierto de rosas rojas en el pecho, y el llanto se duplicó en
una alcoba con una sábana que se abrió, para hacer nudo en la garganta y dejar
huérfanos a los niños que tomaban biberón de carne y fuego, y sobaban los
globos de madre con esa sonrisa morena que me veía a los ojos, con un extraño
brillo y melancolía.
Los gatos adivinan las malas energías, ellos se alimentan de
ellas, se las llevan, jamás debemos espantarlos ni maltratarlos, porque todo el
dolor que causemos será devuelto, lo vi hace muchos años, con un tipo que
mataba gatos y me invitaba con malicia a verlos regados en su patio, su final
fue macabro, su nombre era Víctor, lo vivimos en las historias pasadas y lo seguiremos
viendo en cada esquina y lugar, en donde se crucifica un gato negro y se ríe de
Dios.
Para el gato blanco no hubo clemencia, ese alguien disparó
sus rocas sobre su frente, y él tuvo valor de llegar a nuestra puerta y maullar
un rato hacia adentro, luego se fue con el mismo silencio que llegó, para verlo
en la mañana con la mirada dispuesta al sol, en esa vitrina de su rostro
hermoso y joven que no mereció tal suerte.
El canario no cantará más, amaneció igual, con sus pequeñas
perlas dispuestas y sus alas abiertas a una libertad donde nada duele y la vida
tiene plumas de cristal.
Raquel Rueda Bohórquez
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