lunes, 11 de abril de 2016

EN EL PORTAL (58)

A ese balcón, a esa ventana con la luz encendida; a ese gato negro en la oscuridad con sus lámparas vivas esperando la noche maúlle un verso de amor para él, a ese sueño de amor, el más grande y completo de todos los sueños; a esa mujer tocando a la ancianidad que ve por su propio balcón, cómo penetran los rayos del sol y acarician su vida y la de otros.


EN EL PORTAL (58)

Después de todo, los sueños son una película corta; tenemos que soñar pasito y no tocar los ideales ajenos. Hay asuntos prohibidos que sólo el alma conoce, pero somos necios en amar, necios en ver hacia la ventana ajena; somos perversos en ajustar nuestro puño en el pecho de otros, y luego, cual espada que hiere, apretarlo fuerte en ese lugar donde ayer nos espinaba y nos dolía demasiado la vida. Más siempre, las heridas más graves vienen de los seres amados y nos cruzan con su espada hasta la muerte.

Ayer soñé que un brazo pequeño se quemaba, luego pienso que ha de ser que vienen alegrías volando en medio de luces que tocan cada estancia, y te veo vestido de negro con ese coqueto mirar, esperando para arañar con ganas un poco de contento en alguna noche, sobre un tejado que nos sea propicio para amarnos cual dementes hasta el amanecer.

Los rayos parpadean, mi ventana sigue abierta para ti, poco dices, pero en cada verso te hallo, en cada letra se conjuga el amor, el verbo más sublime, y recuerdo las espinas del ayer. Me doy cuenta que la envidia es un veneno que carcome, ver a otros bien daña nuestro interior y proclamamos a Dios, doblamos las rodillas de manera repetida, pero en ese mirar que penetra la carne, se descubre la maldad que se disfraza de amistad y siguen corriendo perlas pálidas entre los dedos, ¡María Santísima!, ¡Padre mío!, ¡Espíritu Santo ven a mí!, pero ya hemos colocado cerrojos, para que no penetre la intensidad de su luz que sana todo mal.

Han encendido todas las luces de cada ventana, mi espera es de gradas que van hacia tu corazón, de par en par viéndote venir, el corazón ajusta sus campanas, mi rostro es una amapola encendida.

Parece que soy una niña de nuevo, temo correr ya que me puedo quebrar, entonces me quedo en el muro donde se crecen los girasoles más dorados y levanto el rostro para verlo a Él, y verte a ti, amor mío, con esa bonita sonrisa plena, que hace volar a una gaviota herida que en vez de espantarse, se refugia en ti cada día.

Raquel Rueda Bohórquez
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