A ese balcón, a
esa ventana con la luz encendida; a ese gato negro en la oscuridad con sus
lámparas vivas esperando la noche maúlle un verso de amor para él, a ese sueño
de amor, el más grande y completo de todos los sueños; a esa mujer tocando a la
ancianidad que ve por su propio balcón, cómo penetran los rayos del sol y
acarician su vida y la de otros.
EN EL PORTAL (58)
Después de todo, los sueños son una película corta; tenemos
que soñar pasito y no tocar los ideales ajenos. Hay asuntos prohibidos que sólo
el alma conoce, pero somos necios en amar, necios en ver hacia la ventana
ajena; somos perversos en ajustar nuestro puño en el pecho de otros, y luego,
cual espada que hiere, apretarlo fuerte en ese lugar donde ayer nos espinaba y
nos dolía demasiado la vida. Más siempre, las heridas más graves vienen de los
seres amados y nos cruzan con su espada hasta la muerte.
Ayer soñé que un brazo pequeño se quemaba, luego pienso que
ha de ser que vienen alegrías volando en medio de luces que tocan cada
estancia, y te veo vestido de negro con ese coqueto mirar, esperando para
arañar con ganas un poco de contento en alguna noche, sobre un tejado que nos
sea propicio para amarnos cual dementes hasta el amanecer.
Los rayos parpadean, mi ventana sigue abierta para ti, poco
dices, pero en cada verso te hallo, en cada letra se conjuga el amor, el verbo
más sublime, y recuerdo las espinas del ayer. Me doy cuenta que la envidia es
un veneno que carcome, ver a otros bien daña nuestro interior y proclamamos a
Dios, doblamos las rodillas de manera repetida, pero en ese mirar que penetra
la carne, se descubre la maldad que se disfraza de amistad y siguen corriendo
perlas pálidas entre los dedos, ¡María Santísima!, ¡Padre mío!, ¡Espíritu Santo
ven a mí!, pero ya hemos colocado cerrojos, para que no penetre la intensidad
de su luz que sana todo mal.
Han encendido todas las luces de cada ventana, mi espera es
de gradas que van hacia tu corazón, de par en par viéndote venir, el corazón
ajusta sus campanas, mi rostro es una amapola encendida.
Parece que soy una niña de nuevo, temo correr ya que me
puedo quebrar, entonces me quedo en el muro donde se crecen los girasoles más
dorados y levanto el rostro para verlo a Él, y verte a ti, amor mío, con esa
bonita sonrisa plena, que hace volar a una gaviota herida que en vez de
espantarse, se refugia en ti cada día.
Raquel Rueda Bohórquez
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