El faro siempre será un motivo de felicidad en casa,
no importa cuántos no se dejen abrazar.
¡Se pierden de su ingenuidad!
EL FARO (51)
Cierto día lo vi… estoy cerca del río Magdalena, cortos
paseos dábamos hasta que la blanca flor se venció, y frené. Un tanto me
enojaban sus consejos, otros, escuchaba con un gran nudo en mi garganta como si
fuese la gran barca en donde navegaban esos sueños que jamás alcanzó y que se
parecían a los míos.
Un ave siempre ronda, una ardilla que cae y se queda herida
en un rincón con las fauces de perros abiertas, y la providencia que de su mano
llegó.
De nuevo expuse a mi Princesa, nos expusimos a esos locos
que andan en ideales de metal, pero sostuvimos a unos cuantos heridos, ella con
una oración que todo sanaba, y a pesar de los amargos del día, siempre la flor
perfumaba en su propia estación.
Luego el contento al verlos corretear de nuevo, y la
tristeza al verlos caer otra vez con esa rara sensación que nos queda, ¡le
tocaba!, repetía ella, toda cuerda se ha de cortar por algún sitio, todo tiene
un principio y un fin y estamos aquí para verlo, ¿no te parece grande esto? /sí
madre, es grande y triste a la vez.
Así fuimos viendo el Faro, arriba, bien alto, guiando al
navegante hacia su destino, y repetía con su rostro pálido tirando a nieve:
"Mija, el Faro es la oportunidad que tiene la noche para lucirse y
nosotras estamos aquí"/sí madre, repetía.
Siempre quedaba pensando, apretaba mis dedos, ¡German no
va!, gritaba en el camino a mi hermano Down, porque con su necedad el paseo
terminaba, pues en un descuido emprendía la huida y el Faro de sus ojos verdes
se perdía.
Él siempre fue el Faro de su existencia, era mentira que
estaba en el mar, era falso que en la cumbre, hasta su final ese pequeño Faro
sostuvo su energía y sus ganas de vivir.
German, ese era el nombre de una pequeña lámpara que pasaba
sus ojos por revistas de mujeres empelotas y se entretenía en sus bellezas,
sabía que un algo le decía que él era un varón y acariciaba de arriba hacia
abajo, se quedaba en sus pechos, pasaba sus dedos por esas sinuosas curvas que
jamás tocaría, sino cuando abrazaba a mamá.
El Faro sabía unas cuantas palabras y las repetía con
inmenso fervor: ¡mía, mía!, ¡tan lindas!, cama mía casao, y besaba y besaba
esas rosas que endulzaban su vida y alegraba la nuestra con sus picardías de
niño viejo.
Ella con un marcador vestía a sus muñecas, para que su Faro
no sintiera eso que sienten todos los hombres, ella sabía de la pureza de su
amor y no permitiría que nada lo dañara.
Al final, con esa voz de manantial que brotó siempre, nos
hizo saber, que siempre cuidáramos de su Faro, era tal su angustia que vivió
más de lo mandado, ella así lo decía, siempre esa palidez rondó su vida, y las
aspirinas sobre su mesa, fueron la energía que le permitió ver a su pequeño
envejecer.
El Faro, ¡mi amado Faro!... cuiden de él y yo cuidaré de
todos.
No hay día en que no piense en ella, desde niña me hacía
preguntas, tenía ese afán de quién se irá primero, y ahora la veo iluminar mi
existencia, ahora que como ella, recito hacia adentro y a pesar de todo, brota
de su manantial por las pequeñas laderas de mis pómulos.
En las noches siempre veo hacia el Magdalena, ahí está,
iluminando siempre a ese pequeño barco que navega a la deriva, y sé que en
verdad ella es otro Faro más grande, como una estrella guía en mi camino.
Raquel Rueda Bohórquez
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