martes, 12 de abril de 2016

EL FARO (51)

El faro siempre será un motivo de felicidad en casa,
no importa cuántos no se dejen abrazar. 
¡Se pierden de su ingenuidad!


EL FARO (51)

Cierto día lo vi… estoy cerca del río Magdalena, cortos paseos dábamos hasta que la blanca flor se venció, y frené. Un tanto me enojaban sus consejos, otros, escuchaba con un gran nudo en mi garganta como si fuese la gran barca en donde navegaban esos sueños que jamás alcanzó y que se parecían a los míos.

Un ave siempre ronda, una ardilla que cae y se queda herida en un rincón con las fauces de perros abiertas, y la providencia que de su mano llegó.

De nuevo expuse a mi Princesa, nos expusimos a esos locos que andan en ideales de metal, pero sostuvimos a unos cuantos heridos, ella con una oración que todo sanaba, y a pesar de los amargos del día, siempre la flor perfumaba en su propia estación.

Luego el contento al verlos corretear de nuevo, y la tristeza al verlos caer otra vez con esa rara sensación que nos queda, ¡le tocaba!, repetía ella, toda cuerda se ha de cortar por algún sitio, todo tiene un principio y un fin y estamos aquí para verlo, ¿no te parece grande esto? /sí madre, es grande y triste a la vez.

Así fuimos viendo el Faro, arriba, bien alto, guiando al navegante hacia su destino, y repetía con su rostro pálido tirando a nieve: "Mija, el Faro es la oportunidad que tiene la noche para lucirse y nosotras estamos aquí"/sí madre, repetía.

Siempre quedaba pensando, apretaba mis dedos, ¡German no va!, gritaba en el camino a mi hermano Down, porque con su necedad el paseo terminaba, pues en un descuido emprendía la huida y el Faro de sus ojos verdes se perdía.

Él siempre fue el Faro de su existencia, era mentira que estaba en el mar, era falso que en la cumbre, hasta su final ese pequeño Faro sostuvo su energía y sus ganas de vivir.

German, ese era el nombre de una pequeña lámpara que pasaba sus ojos por revistas de mujeres empelotas y se entretenía en sus bellezas, sabía que un algo le decía que él era un varón y acariciaba de arriba hacia abajo, se quedaba en sus pechos, pasaba sus dedos por esas sinuosas curvas que jamás tocaría, sino cuando abrazaba a mamá.

El Faro sabía unas cuantas palabras y las repetía con inmenso fervor: ¡mía, mía!, ¡tan lindas!, cama mía casao, y besaba y besaba esas rosas que endulzaban su vida y alegraba la nuestra con sus picardías de niño viejo.

Ella con un marcador vestía a sus muñecas, para que su Faro no sintiera eso que sienten todos los hombres, ella sabía de la pureza de su amor y no permitiría que nada lo dañara.

Al final, con esa voz de manantial que brotó siempre, nos hizo saber, que siempre cuidáramos de su Faro, era tal su angustia que vivió más de lo mandado, ella así lo decía, siempre esa palidez rondó su vida, y las aspirinas sobre su mesa, fueron la energía que le permitió ver a su pequeño envejecer.

El Faro, ¡mi amado Faro!... cuiden de él y yo cuidaré de todos.

No hay día en que no piense en ella, desde niña me hacía preguntas, tenía ese afán de quién se irá primero, y ahora la veo iluminar mi existencia, ahora que como ella, recito hacia adentro y a pesar de todo, brota de su manantial por las pequeñas laderas de mis pómulos.

En las noches siempre veo hacia el Magdalena, ahí está, iluminando siempre a ese pequeño barco que navega a la deriva, y sé que en verdad ella es otro Faro más grande, como una estrella guía en mi camino.

Raquel Rueda Bohórquez
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