martes, 12 de abril de 2016

COLORES (50)

COLORES (50)

El negro es el color favorito de Dios, siempre pensé que se vestía de azul, para que durante el día, su pensamiento fuera el aroma que nos mueva hacia la montaña oscura de todos los deseos y la mar respirara, siendo el pulmón de su túnica de seda.

¿Cómo adivinaríamos su sonrisa si no existiera la negritud de la noche?

Brillan sus dientes, parecen alegrías de negra paseando por mi esquina, se parece a María, a Candelaria, a la negrita de la cumbia que pandeaba su cintura con un tazón inmenso lleno de frutos y dulces, sin variar para nada esa sonrisa, pues la tristeza se había esfumado, ahora tenían alas de libertad con ellas, más que suficiente para cantarle a la vida una oportunidad y robarle al cielo un deseo.

Al negro de la esquina jamás lo veremos pálido, porque su gran sonrisa abarca el mundo, y a nadie importa lo bruno más profundo, donde las luciérnagas se aman, es ahí donde hizo estación mi boca y en ese mulato inmenso me cobijé, sin saber que se iría para siempre, quedando pálida una alfombra, en donde escribiría un te quiero a mi buena suerte, a esos días que paseé de su mano pareciendo un llavero y todos reían; su burla ni siquiera nos tocó, porque su grandeza ocupó mi corazón, cual pluma blanca bailando en su boca un tango y en mi lengua componiendo un verso.

Al moreno color que hizo estación en mis pechos, a ese árbol grande de sonrisa única; al potro que fabricó para mí el sueño más bonito, y a la boca más grande, que cabía plena dentro de la mía y movía todo manantial y fuente, hacia un cobijarse temblando entre sus fuertes brazos, sin agitarse el vendaval de otros, ni la crueldad de látigos hiriendo y lastimando.

Luego fue pensar que vendría la noche, que cada día vería su sonrisa en las estrellas. Después el sueño se fue, pero el recuerdo retorna cual golondrina al nido viejo, donde se estacionó alguna vez una oración y se quedó temblando una flor al caer del rocío, bailando entre sus brazos, girando, girando, cual reloj sin tiempo en medio del agitarse de su mar, y el tambor que sonaba cerca de mi oído, esas campanadas que jamás dejaron de agitarse, cual brisa fresca sobre los lirios.

Raquel Rueda Bohórquez
12 4 16


No hay comentarios:

Publicar un comentario