sábado, 9 de abril de 2016

DOBLA LAS RODILLAS (62)

DOBLA LAS RODILLAS (62)

Somos pájaros raros, porque no doblamos las rodillas para el amor, pero sí para rogar un día mejor, aunque no hay día mejor que otro, cada uno es como una lección por aprender, cada segundo es único e irrepetible. 

A veces envejecemos sin plumas, y nos vamos sin saber lo que es volar, ni siquiera un intento, porque antes de hacerlo, ya han quebrado los huesos donde se crecían las guías.

Ansias de libertad, pero jamás seremos libres, la libertad nada tiene que ver con ese irnos por donde deseemos, ese hacer lo que se nos antoje, si en medio de esta libertad nos estamos destruyendo o estamos arrastrando a otros hacia el camino equivocado.

Unos jóvenes que podrían ser mis hijos, en un rincón abrazados, vistos por muchos, pero ellos en su afán no sabían que teníamos los ojos puestos sobre sus vidas, sin saber qué hacer ni cómo actuar, pues ya estaban tocados y untados hasta el cuello de la maldición de los vicios.  

Todavía me queda ese sabor amargo de verlos ayudarse con una jeringa y pasarla por su carne, y pensé: ¡Qué ingrata es la juventud con el don de la vida!, mientras muchos están luchando contra una enfermedad grave deseando vivir un día más, ellos se envenenan a propósito, y poco a poco serán hojas secas en un parque, niños dementes en cualquier sitio, abusados en medio de sus propios descuidos, vencidos en el rincón que huele a miseria y vacío.

Por obra y gracia de la tentación y los malos pasos, en este camino recorrido hemos visto mucho, y pensé en mis hijos, en mi muchacho que estuvo a punto de tocar ese mundo; entonces me volví caña en mi vereda, y la brisa me dobló: ¡Gracias Dios mío!, porque estuviste ahí y estuve alerta, porque esos malos amigos se fueron apartando, y en esto, muchos cometieron errores graves que los llevaron a la cárcel, por andar como pájaros libres sin tener alas siquiera.

Gracias porque ayudé a otros con mis consejos a que cambiaran de rumbo, y así regresé a casa, entre recuerdos y olvidos; pero esos muchachos casi niños, que podrían estar todavía tomando leche en biberón, se quedaron en mi pupila; luego sé que no podrán salir de ahí, conozco a muchos, los he visto entrar y salir, luego no regresar, porque no hay regreso cuando se llega a esa penumbra oscura habitada por demonios, que viven de robar la sagrada existencia a tantos muchachos, que en búsqueda de libertad, quiebran toda regla y arrasan con familias enteras, en éste macabro camino del error y la maldad, pues ella acecha con rostro de ángel que va y viene entre los humos de la vida, luego se vuelve polvo blanco,  después se convierte en espada, para penetrar profundo ese umbral sagrado en donde habita el alma.

¡Qué el Señor nos proteja de los malos amigos!, que nos libre de gritar con arrogancia: ¡a mí no me sucederá!, ¡soy un gran ejemplo! 

Mientras damos lo mejor en casa, camino al colegio, el demonio se disfraza de vendedor de helados, de dulces, de ama de casa, de amigo, de vecino que invita a "piyamadas", de alondra que canta en tu ventana, de mujer que entra como gata por tu casa y hasta hace el amor en tu cama sin pudor ni vergüenza y luego vuelve a salir creyendo que nadie vio,  después viene el resto, ese mirar lo ajeno para proveerse, para un final sembrado sólo de espinos, y ahí nada florecerá sino la muerte, que será ese alivio a las personas que los han visto pasar primero como bandada de golondrinas, y luego tornar sin plumas, flacos y vencidos, con la mirada puesta en la nada y el alma en las sombras, en un mundo raro donde se mata la vida y se le rinde honor a la riqueza mal habida, a las marcas y a la vanidad.

 Nos doblamos ante la arrogancia de los que poseen, pero no doblamos las rodillas para pedir perdón por los errores que cometemos a diario.

El error de ansiar bienes a costa del sufrimiento ajeno, es el más terrible de los pecados, y los veo pasar como pavos, pareciera que en vez de alma, una roca hubiese ocupado su lugar.

Raquel Rueda Bohórquez
9 4 16



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