UNA NOCHE (60)
Hermosa noche, ¡claro que te pensaré!, y cuando ya no vea
una sola estrella en el cielo, es porque estoy a tu lado, y estará silencioso
el mar esperando a que me digas también que me amas.
Sé que he repetido las mismas letras y palabras, una y
otra vez; que también has escrito muchas, que imagino son para mí; pero luego
del primer sorbo, siento un poco de amargos, pues jamás, ni siquiera en mi
estrella aparece mi nombre. Imagino que es tu clave, quiero descifrar que son
para mí, ¿me podrías decir cómo hago?
Ahora que te adivino en un paisaje, esperando el
invierno, y que todas las hojas han caído, pues el árbol está en reposo y no
necesita gastar sus energías; ahora que saboreas un café y hay un vaso desocupado a tu lado, pienso
que es una invitación a llenar tu vida con algo de consuelo, y ahí entra a mi
corazón un oleaje tibio cual canción de cuna: ¿seré yo?, ¡no creo!, o será
ella, o será otra, y estoy como una tonta imaginando que lo has escrito para
mí.
Luego pienso en todos los que imaginan por nosotros y me
da risa, ¿será que envías tus diamantes, y jamás se quedarán sus brillos en el
camino, para otro día?
Música de viento, poesía de George, de Neruda, del viejo
que come paredes en la otra cuadra y le dice al mundo que de hambre no morirá;
luego busco una imagen, otro ruido, para que me digas de una vez por todas, si
es verdad que me amas, y no todo es un loco poema que nos inventamos, para
llenar esos vacíos que siempre nos topan viendo hacia el horizonte, pegados de
una reja, imaginándonos ser un par de aves que se aferran de un gajo y luego se
bendicen con un beso.
Ahí vas, tienes esa misma camisa negra y tu boina, como
mi padre; llevas zapatos ligeros, y entre los bolsillos muchos tesoros para
esparcir a las aves que hallas en tu camino.
¿Pero qué hay en
verdad para mí? Me conformaría con un ramillete de pensamientos, o ese
chasquido de las hojas secas que gimen ante tus pasos, ¡pero que esté enterada
que son para mí!, que lleven mi nombre en clave, una clave para dos, ¿sería
posible?
Cuidado al caminar, no sea que te enredes en esas raíces
que surgen, como testigo mudo de un amor, que en silencio le grita al mundo,
que la música y la poesía son armas poderosas, y que con dos palabras acabaríamos cualquier guerra: ¡te
quiero!
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 1/16
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