ENREDADERA (43)
Así pasé día y noche; queriendo ser una enredadera en
medio de un camino, abrazada de un árbol o buscando una roca propicia.
Como una enredadera sentí el azote del viento, el frío y
el calor intenso, en días no muy buenos; y en otros, demasiado prodigiosos.
Poco a poco me quería beber el mundo y seguí trepando;
ésta vez encontré una gran palmera, nada impidió que subiera; pero luego, la
palmera fue derribada y caí con ella.
Entonces me arrastré; ahí también se podía vivir, junto a
las hormigas que bien se portaron conmigo; me podaban y podaban, robaban las
flores de mi jardín, pero su intención era buena; crecí con más fuerza y ese
ahínco me llevó a ti.
A sorbos bebo de tu vino, tomo de tu miel y entrego de
lo que mi corazón tiene. No hay amarga hiel, pues he olvidado lo malo del ayer y continúo alargando mi camino.
¿Quién será el ayudante?, creo que el sol y la lluvia me han sostenido; la providencia se hizo amiga y trasplantó su arco iris al revés en mi rostro; la roca y mi madre tierra; el cactus y el ave que hallaron en mis gajos, pródigo destino, y fueron parte de un cirio encendido a mi favor.
¿Quién será el ayudante?, creo que el sol y la lluvia me han sostenido; la providencia se hizo amiga y trasplantó su arco iris al revés en mi rostro; la roca y mi madre tierra; el cactus y el ave que hallaron en mis gajos, pródigo destino, y fueron parte de un cirio encendido a mi favor.
¡Qué agradecida estoy con la vida!, ese día estaba
herida con el mundo, no deseaba vivir; se me había robado el perfume, no tenía
hojas, me secaba; el comején de la existencia había hecho nido en mí y se
robaba mi savia, matando así el corazón.
Ni una sonrisa acontecía, ¡ni de paso por mi rostro!, era
una herida tallada por una espina tras otra, sólo reían a carcajadas de mí; se
burlaban de mi desatino en el amor, de esas luchas continuas que nadie vio, y
de esas ganas de reír llorando que me asistían.
Fue ahí, en ese instante, con mis gajos doblados por
tanto paso de caballos y bestias que nada tenían que ver con mi existencia; fue
ahí que sentí que nada me podía dañar más que la indiferencia, y nada me podía
levantar con más fuerza, que este amor que había nacido luego, y poco a poco
sacaba el dolor, para volverme vino en un brindis, y vid extendida en medio
del océano de tus pensamientos.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 7/16
No hay comentarios:
Publicar un comentario