jueves, 7 de enero de 2016

RAREZAS (42)

La gata de Serbio

RAREZAS (42)

Voy y vengo, como un tren cargado de sueños.
Mi retiro es una escoba y un trapero;
Esa queja de no poder dormir,
Ese andar con un dolor viejo y punzante
/debajo de mi corazón, ¡un poquito más arriba!,
Donde el alma gime, pareciendo, puede ser,
Un aletear vano de mariposa caída en un charco.

Se va la luz, ¿hacia dónde se irá si está aquí?
Ha encendido de nuevo el motor que alivia
Y pone en movimiento mis pintados cabellos
De oro suave como espiga,
¿Se enredará un gorrión?

¡Qué se aproxime un mochuelo!...
¡Su trinar es melodía preciosa!
Una oración en mi ventana pequeña, en éste gajo de trigo
Que casi se amasa con la fortuna de un mañana
Viendo a sus pichones crecer.

Mi tren de vida es tan sencillo,
Que sólo trabajan mis dedos.
El pensamiento es una quietud extraña
Que dispara de sus venenos y sus almíbares,
Sin saber siquiera si lo ha pensado.

Amigo, mi amigo que permanece,
Envía imágenes para que enrede pequeñas letras
Y confiese al mundo que hay muchos árboles y hojas,
Que todas tienen una historia muda, ¡hay que divulgarla!

¿Y para qué?, ¡no lo sé!, el viento sigue en movimiento,
En éste ahora que bendice mis pulmones,
Y el manantial se llena, barre cada esquirla de mis ojos
Para volver luciérnaga tu amor, prendido en mis pestañas.

Se han ido todos… ¿regresarán los pájaros de plumas doradas?
Ayer cantaban en mi casa, todos sus trinos quedaron atrapados,
Así como yo, en 4 paredes queriendo volar, ajustando mi pequeña vida
A un bosque de ramas extendidas, donde las flores no pierden su perfume.
Aroman más que una sinfonía de águilas que se atrapan y se aman,
Sin importar a quién se llevan en sus garras, ¡qué más da!,
Esto es vivir, esto es cantar y también llorar.

¿No es acaso así la vida?, una rareza al despertar, otra al dormir,
Y de nuevo ser manantial en estos segundos que nos quedan,
En este rato de brindar con un café, en tanto bendigo esas manos,
Que arriba de la montaña, caminan con una sonrisa sus espinas,
Y esperan siempre el atardecer,
Con ese inigualable brillo en su mirada.

Pero no cambio mi estado por el tuyo,
Ni puedo remover un espejo que ya no retrata mi figura,
Sí confiar, en que mis manos limpiarán lo turbio de un paisaje
Para dibujar verdes montañas, y adivinar garzas en vuelo,
¡Arriba!, casi tocando su boca, arrimadas de su pecho
Y apretadas de sus brazos.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 7/16






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