viernes, 30 de octubre de 2015

SIN MIRAR ATRÁS [3]

Gian

SIN MIRAR ATRÁS [3]

No hay que mirar atrás, pero si atrás han quedado nuestras huellas, y atrás, lo que amamos y hemos amado, retrocedo todos mis pasos; por algo Dios me hizo un ermitaño.

Más un imposible parece regresar viva a la muerte, si ella atravesó mis caminos para llevárselos a todos, sin un permiso siquiera.

Es una atrevida que desnuda todas las miserias de la carne, y nos deja sonriendo un tiempo, ¡para nadie!

Fue en esa esquina, utópico saber que donde estaban florecidos todos los robles y nos bendijeron con sus flores y su fuerza, en el instante en que un pájaro abría su cofre y una madre leía un salmo, sería donde caerían las hojas más tiernas, que luego volarían como pájaros en medio del fuego.

¡No hay que mirar atrás! ¿Quién me dice que no?, recorro en silencio sus ojos negros, admiro su boca, y las palabras que brotaban cada pestaña cubriendo sus bonitas joyas de grama, y yo, ¡¿qué me pasaba?! Dormía entre lirios, parecía una rata borracha, envenenada de a poco con gotas de un elíxir  malévolo que jamás mataría una mosca, porque ella estuvo con su oración clamando, y con su devoción nos mantuvo en pie, en medio de un abismo de quejas y lágrimas.

¿Recuerdas esos días? ¡¿Qué me sucede?! Y me abrazaba, me consentía, ¡nada!, ¡nada pasará!, y pasaba, sucedía siempre, pero me enredaba en sus dedos cada día más delgados, con esos hilos que deseaban brotar de la carne.

El río se había secado, se robó el tiempo del rojo encendido que llegaba al mar profundo de su corazón, se volvieron blancos todos los rosarios, parecían brotes de pequeñas rosas que perfumaban sus manos.

Así le vi, su retrato se guarda en la pupila, abrigada en medio de un hielo perpetuo, calcetines azules, escapulario que cantaba oraciones, en ese mutismo donde todo se iba en medio de nuestras pestañas.

Parecían gotas de rocío de nuestros bosques, escurriéndose ladera abajo, llenando de a poco ese manantial que se volvía cascada, y corría entre rocas, para desaparecer de nuestra vista y guardarse dentro del alma de una flor de cristal.

Raquel Rueda Bohórquez 
Barranquilla, octubre 30/15





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