miércoles, 21 de octubre de 2015

LUCIÉRNAGAS [28]

LUCIÉRNAGAS  [28]

Esa noche no estaba soñando, estaba en ti, cuando entraste por esa puerta. Quisiste tocar, más para ti desde antes, tenía mis puertas abiertas, y tu humo absorbió el mío, para ser una humareda que provocaba incendios interiores de paz y carcajadas.

Te sentí, ¿eras a mí a quien sentías?, ¡es raro este conjuro de amor!, me vi bailando sábanas de humo en un bosque, el tipo de barbas largas me vio a los ojos y leí, como si estuviera escrito en mi vida, que serías parte de mi camino, no importaba cuántos kilómetros, podían ser todos, pero estabas porque Él dispuso esto en medio de tantas hojas secas que habíamos caminado, sin tropezar siquiera, sin tocarnos, ni decirnos al oído que el amor había hilado nuestras fibras.

Estando ahí, muy drogada con esa hierba, vi que todo me hablaba, los árboles tenían alma, ¡y tan idiota pensando que éramos nosotros nada más!, las aves tenían su propio lenguaje, también sentían celos y peleaban por las mismas cosas que nosotros, muchas veces hasta se herían a muerte, sentían enojo, tampoco permitían que otras aves inundaran sus espacios, pero cuando llegaban esos poderosos pájaros negros, devoraban a muchas, y se quedaban con la estación y la primavera, que no era exclusiva para ellos, pero en grupo, se volvían poder, parecían hormigas arrieras despojando de hojas verdes las praderas, pero aquí también había intención de sobrevivir, de nuevo brotarían pastos, y la vida era un continuar de rosas y poemas, donde el Rey perfumaba nuestro interior, y nosotros mansos, nos dejábamos.

Había plantas que parecían enemigas, se abrazaban al árbol con una intención que ellas no habían colocado dentro de sí, se alimentaban poco a poco de su propia sangre, pero al morir el árbol, ellas también lo hacían.

Había caciques y juntas de ballenatos que tocaban acordeones en el mar, un jolgorio de caras pintadas bailaban sus carnavales dentro de él, o el maravilloso río que besaba mis ojos.

Arrastrando nuestra inmundicia con valentía de anaconda, ondulaba lagunas, ríos y cascadas, en medio de un envoltorio dorado, para volverse amante, rugiendo versos en medio de tiburones, que apresaban dulces vidas que llegaban del otro lado de su bahía.

¿Te das cuenta mi amor?, ¡somos bendecidos!, estamos en ésta bruma que desaparecerá instantes y motivos, pero quedaremos brillando los dos en un jardín de pequeñas luciérnagas.

Me advertirás si se apaga la luz del día,  y si en lo bruno  te pierdes, seremos hallados por nuestras propias luces.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, octubre 21/15






No hay comentarios:

Publicar un comentario