INOCENCIA SE NOS VA 3 [40]
3.1 EL CULO COMO
BERENJENA
Pasaron varios lunes y soles, lo último que
recuerda de su pesadilla fue que “detrás de la mata de fique”, no asomaba un
alma, nadie escuchaba sus gritos y pedidos de auxilio.
Tenía memoria de que ese día se quedó viéndola muy
bien vestida y perfumada, la agarró fuerte de un brazo, y lanzándola sobre la
cama piscina se la cogió cuántas veces quiso, sin poder rechinar sino los
dientes del ardor, y el mal de riñones que la tenía tome y tome cuanta hierba
le decía su vecina, a escondidas, pero lo que no sabía, era que el muy ladino
vigilaba cada uno de sus pasos, y sospechaba que su yegua lo abandonaría,
y esto sí que no lo soportaría, pues se estaba acostumbrando a ésta mujer y a
la buena vida que tenía ahora, pues no tenía que pagar un centavo, y podía
servirse a la carta, a la hora que se le antojara, la pecosa tenía lo suyo, ¡y
ni por el putas nadie pasaría por sobre su funda!, de que era macho, bien
remachado y se lo demostraría en la tarde después del almuerzo, para que dejara
ese verraco antojo de querer abandonarlo, ¡eso sí que no compadre!, le había
dicho a su vecino, ¡ni por la funda del viejo Anastasio a mí una mujer me
abandona!, ¡primero pasan por sobre mi cadáver!, y desenfundando la macheta, la
golpeó fuerte contra una roca y la hizo botar chispas.
Ahí estaba su pecosa en la mecedora, ya se había
acostumbrado a verla ahí, no le fregaba tanto la vida, pues había visto que era
muy ordenada y siempre mantenía su ropa y cosas en su puesto, lo que antes no
había logrado con ninguna otra, además de que tenía buena sazón y bonitas
piernas ¡pa qué!
Pero al escuchar la insinuación de su compadre, de
que lo abandonaría, salió como una fiera, y sin pronunciar palabra, miró hacia la pared de su alcoba,
agarró la fusta que tenía para estropear la mula, ajustó la macheta al
cinto y le dijo: ¡alístese mija que vamos a un paseo!
¿Dónde estás corazón que no te siento?, sus piernas
temblaban y un presentimiento atroz llegó a su mente: ¡me matará!, hará
picadillo con mis huesos, ¡Dios mío sálvame!, se vino toda la historia de vida,
la casa pequeña de sus padres, hermanas, novios, amigos, un recorrido
silencioso mientras Jacinto sólo decía, ¡no se asuste mija!, es que voy a
mostrarle lo bonito que se ve desde la mata de fique todo el terreno, su casa,
sus cosas, que jamás debe pensar ni siquiera en abandonar!, ¡¿me escuchó so
mensa?!...
-Sí, escuché, /balbuceaba Inocencia, recordando que
en su vida nadie la había tratado de ésta manera, al contrario, era ella quien
a veces se pasaba de piña y soltaba toda la rienda, para hacerse respetar, ¿pero
de ésta manera?, ¡jamás!
Había perdonado muchas infidelidades, eso no
significaba que no deseaba matar y comer del muerto, porque es que la ira de la
burla, es como llama encendida en el vientre, y el corazón y la mente jamás se
ponen de acuerdo para nada bueno, después de tanto abuso, pero ahora, estaba a
merced de un tipo, que hasta el momento no la había golpeado, pero sí la
trataba peor que una esposa engañada, era una esclava suya, y no sabía hacia
donde correr, ni a quién pedir ayuda.
La mata de fique era inmensa, pero no se veía
ningún horizonte, sólo que tenía una espiga enorme y arriba todas sus semillas
y flores, esperando un sacudón para que caigan todas encima de alguien.
Eran hojas grandísimas, nadie había tocado esa
planta, las primeras hojas estaban secas, pero las nuevas siempre verdes, con
sus espinas como uñas de gato esperando quién las arrancara, para entregar toda
la bondad guardada dentro de ellas.
-¡Pero aquí no se ve nada, puro monte!, ¿para qué
me trajo hasta aquí? /balbuceaba la pobre Inocencia…
-Sin pronunciar palabra, la agarró fuerte de sus
manos y la amarró en la mata de fique, luego, congestionado de la rabia le
dice: ¿¡para dónde es que se va a ir la condenada!? Y sacando la rula, le
descargó el primer plan de machete en las nalgas…
-¡Qué no vuelva a escuchar que me abandona!, ¡qué
esto le sirva de escarmiento!, /gritaba mientras le descargó el segundo, y la
pobre Inocencia gritaba asustada, ¡¡ayúdenmeeeee!!, pero ni siquiera su eco se
escuchaba.
Una vez golpeada, sacó la fusta, le bajó los
calzones y le dejó las nalgas al rojo vivo… parecía berenjena madura cada
nalga, no tenía ganas de llorar, una extraña fiereza se estaba gestando en su
interior.
En silencio soltó a Inocencia y le espetó: ¡¿quedó
clarooooo!?, ¡de mi casa se va sobre mi cadáver!, ¡malparida desagradecida!
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, agosto 18/15
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