INOCENCIA SE NOS VA 2 [41]
2.1 POR VIHUELERA Y
UBACHONA
Un ajustarse el amargo en la boca, de esto ya tenía
mucho conocimiento Inocencia, no quería pensar en nada, ni tiempo quedaba para
eso, se había dado cuenta que había cambiado el cielo por el infierno, y en
esto ya llevaba 3 meses viviendo con ese tipo extraño, que sólo deseaba un
plato bien servido, y ahora, después de ver la casa tan bonita y bien
arreglada, se había vuelto más exigente, ya quería era él disponer de las cosas
y regañar, se había convertido simplemente en una criada sin derechos, eso era
antes, pero al menos no tenía que soportar tanto, en un rincón, cuando el tipo
se iba a su labranza y salía en la mula o el caballo negro para regresar pasada
la tarde como un fresco, ¡eso sí!, traía buen fiambre para cocinar, hasta
contento se le veía por la adquisición, y con el tipo de la finca de su amiga,
lo había escuchado hablar bien escondida detrás de la reja.
-¡Y qué Jacinto!, ¡cómo le ha salido la muchacha!
- Oiga, pues hasta ha salido buena para el oficio, eso mantiene la casa
muy bonita y ordenada, ¡mejor creo que ni mandándola a fabricar!, pero se queja
mucho la verrionda, de que me duele esto y aquello, ¡y hasta se me está
volviendo respondona!, ¡la toy dejando!, ¡no sabe ella la sorpresita que le
tengo preparada si se me pone retrechera!, ¡eso siempre me ha funcionado!
-¡No vaya a ser marrano con la doña!, ¡mire que es
de buena familia y hasta dejó a sus hijas por venirse a vivir con usted!, ¡en
después no se vuelve a conseguir otra igual!
-Otra igual no, ¡pero mejor sí!, ¡por ahora me
sirve ahí para el oficio y pa descargar ésta arrechera que me asiste!
Doña Clemencia se tapaba la boca, no podía soportar
esto, ¡Dios mío!, ¿qué hacía?, no se había comunicado con sus hijas ni familia,
y todos pensaban que era la mujer más feliz del mundo, fue a la cocina a
llorar y preparar el almuerzo, al menos era comida para dos, tenía mucho miedo
que tuviera una cantidad de obreros, pero esos tenían un sitio aparte, y tenían
prohibido pasearse por su casa, no podía atender ni servir a nadie, esto se lo
agradecía, pero lo que no sabía era que era un hombre posesivo y celoso, y que
bajo la manga, tenía algo más que ese ánimo a macho acostumbrado a tener
mujer, pero como esclava.
Ese día no aguantó más y subió hasta la finca
vecina a pedir el favor a su amiga para llamar a sus hijas, no les contó nada,
sólo que estaba muy bien, y que dentro de pocos días iría a visitarlas.
Una vez colgó el teléfono no pudo contener el
llanto, en medio de la inquietud de sus vecinos.
-¿Qué le sucede comadre?, ¿ese tipo le ha puesto la
mano encima?, ¡cuénteme comadrita!, se lo presenté porque sabía que estaba
soltero, pero de él no sabía nada más, nunca podemos entrar a su parcela, de
aquí para allá sólo comentarios que llegan de la gente, de que la que entra no
sale nunca más, pero eso solo son comentarios, nada que alguien corrobore, es
que mi vecino es muy posesivo con sus mujeres, por eso no se ha casado con
ninguna, las tiene de friega no más, y luego cambia por otra, y así se la ha pasado
toda la vida.
-¿Eso fue lo que me presentaron para mí?, ¡nunca
creí esto de una amiga!, me siento muy triste, no sé qué voy a hacer ahora,
hasta miedo siento de correr de ahí, tiene que ayudarme, porque me regreso de
nuevo con mi familia, pero debo hacerlo cuando él no esté por ahí.
El ruido de una mula bajando por entre las rocas la
previno, y corriendo, llegó a su casa que no estaba demasiado lejos de la de
sus vecinos, y se acomodó en la mecedora, con el corazón latiendo aprisa,
estaba un poco vieja para éstas carreras.
¿Qué haría?, daba pena otra vez llegar a casa,
acostumbrada a que todo era crítica, imaginaba las sonrisas socarronas de sus
hermanos que poco la apreciaban, y de una que otra persona que por delante era
buena amiga, pero apenas volteaba la espalda, sacaban la lengua filosa: ¡bien
hecho!, acostumbrada a desperdiciar, por eso cada quien debe buscar lo suyo, ¡ahora
que lleve del bulto para que aprenda!, eso sí, ordenada es lo único que es,
pero del resto, se merece la suerte que ha tenido, a ese pobre marido viejo lo
tenía era como pendejo, eso decía él pues, no es que nos conste, pero el pobre
se la pasaba trabajando para que otro Enrique, así decía mi madre, cuando en
broma nombraba a Kico, ¿qué tan rico fue Kico?, ¡mucho más que todos!, porque
al menos nos quería, y no permitía que nadie hablara mal de sus hermanas, si
acaso una que otra palabrota, pero de corazón era noble, siempre perdonando
desaires y aguantando burlas de uno y de otros, en cambio casi todos los otros
guardaban un as bajo la manga, que demostraba que no eran tan buenos hermanos,
como todo el mundo imaginaba, en cambio con ellas el asunto era a otro precio,
buscaría la manera de comunicarse con sus hermanas, para ver de qué manera
salía de tan verraco lío en el que solita y sin acatar consejo, se había
metido.
El ruido de la mula la puso temblorosa, ahí estaba
el hombre, un poco rústico, ¿un poco?, era un rústico de las patas a la cabeza,
quien sin mirarla entró afanado por algo, y asimismo trepó en la bestia, y se
perdió en la espesura del bosque.
¡Dios mío!, ¿qué hago?, ¡dame un poquito de luz
para saber qué camino coger porque tengo mucho miedo!, sus vecinos la habían
inquietado mucho con aquello de que la que entra a esa casa no sale, ¿sería
para asustarla?, ya estaba desconfiando de todo el mundo.
Inició sus labores, ya no le agradaba el canto de
los pájaros, ni siquiera el olor de las flores, una pequeña espina estaba ahora
abriendo una gran brecha en su ya perturbado corazón.
Esperaría su regreso, pero estaba craneando la
manera de escapar del lío en que sola y por bihuelera y ubachona como le diría
la madre si estuviera viva. Ahora mismo necesitaba a esa madre ahí, para
correr y apretarse en su abultado pecho.
El mirlo gris se posó en el árbol cerca de su casa
para iniciar su maravilloso canto.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, agosto 18/15
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