martes, 14 de julio de 2015

DOÑA IDIOSINCRASIA [54]

DOÑA IDIOSINCRASIA [54]

Doña Idiosincrasia asomó con disimulo por la puerta ventana hecha a propósito, y vio cuando doña Aduvina pasaba y tomaba un taxi, en la otra esquina asomó el difunto bien emperifollado y con perfume hasta en el nido donde nacen y mueren las ladillas, y dice: ¿si vio mijo?, ¡cuántas veces se lo dije!, ¡la Aduvina y el cura se lo comen!...
¿Qué se comen?, -respondió el cucho que apenas sí levantaba los ojos de la revista, donde unas conejitas muestran hasta el desayuno de pasado mañana, en tanto el temblor de sus piernas, hacía juego con la cerbatana que medio colgaba de un gancho oxidado en la pared, de un gran amigo poeta y escritor, del país donde jugaban a balón con las cabezas...
Luego el viejo dijo: ¡¡Mmmmmm, qué rica, mamasitaaaa!, y doña Aduvina se ajustó las ahuyamas, y el culo, que de tanto sufrir en la vida lo tenía más largo que los pesares.
Se acercó a su amor, amante y esposo de toda una vida, compañero en las buenas y en las malas y le dice con aire chocarrero: ¡aquí estoy!, tu divaaa… en tanto se desajustaba la bata verde chillón que usaba para proteger su ropa de dormir, de cuanto chorreado o chispa hubiese en la cocina.
Él se queda viéndola como quien no ve la cosa y le dice con su mirada brillante y un punto húmedo en la bragueta: ¡tengo hambreeeeeee!, entonces doña Eduvina arrancó la revista de sus manos y la llevó al fuego…
¡Nooooooooo!, ¿para qué has quemado a mis amantes?
Y la vieja Eduvina le responde congestionada de la ira: ¡¡para que te las comas asadas malmarido!

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, julio 14/15

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