DOÑA IDIOSINCRASIA
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Doña Idiosincrasia
asomó con disimulo por la puerta ventana hecha a propósito, y vio cuando doña
Aduvina pasaba y tomaba un taxi, en la otra esquina asomó el difunto bien
emperifollado y con perfume hasta en el nido donde nacen y mueren las ladillas,
y dice: ¿si vio mijo?, ¡cuántas veces se lo dije!, ¡la Aduvina y el cura se lo
comen!...
¿Qué se comen?,
-respondió el cucho que apenas sí levantaba los ojos de la revista, donde unas
conejitas muestran hasta el desayuno de pasado mañana, en tanto el temblor de
sus piernas, hacía juego con la cerbatana que medio colgaba de un gancho
oxidado en la pared, de un gran amigo poeta y escritor, del país donde jugaban
a balón con las cabezas...
Luego el viejo dijo:
¡¡Mmmmmm, qué rica, mamasitaaaa!, y doña Aduvina se ajustó las ahuyamas, y el
culo, que de tanto sufrir en la vida lo tenía más largo que los pesares.
Se acercó a su amor,
amante y esposo de toda una vida, compañero en las buenas y en las malas y le
dice con aire chocarrero: ¡aquí estoy!, tu divaaa… en tanto se desajustaba la
bata verde chillón que usaba para proteger su ropa de dormir, de cuanto
chorreado o chispa hubiese en la cocina.
Él se queda viéndola
como quien no ve la cosa y le dice con su mirada brillante y un punto húmedo en
la bragueta: ¡tengo hambreeeeeee!, entonces doña Eduvina arrancó la revista de
sus manos y la llevó al fuego…
¡Nooooooooo!, ¿para
qué has quemado a mis amantes?
Y la vieja Eduvina le
responde congestionada de la ira: ¡¡para que te las comas asadas malmarido!
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, julio
14/15
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