¿SOMOS GAVIOTAS? [45]
Mi
carne parece una rosa en verano, ansía de la humedad de tu lengua, estoy
poseída por un bicho extraño que me vuelve un ovillo, ola gigante, encumbrada, ¡la
más alta!, buscando la estrella perdida en tus ojos, anhelante de un sueño de
caricias, como una roca lastimada por siglos que llora y grita por cada herida
cuando la toca una brisa, pero se calma al bajar la marea, y quedan suspiros de
mar en la orilla.
¡Amor!, ¡amor
mío!, ¡cómo suenan de bonito las gaviotas cuando
sacuden sus alas!, ¿sabes que las escucho?, van y
vienen, sus ojos son la cometa perdida de mis anhelos, voy contigo, a traviesa,
sin pensar en nada me alejo, te susurro un suspiro, ¡escúchale!,
soy yo, es mi alma necia que te halló por aquélla rara pasión que tiene la
providencia de jodernos la vida a ratos, y de tocar con sus antojos como una
alabanza, los recuerdos, que parecen apagarse, en éste corto espacio entre
vivir y soñar...
Mi
yo gaviota, ha dicho que alguna vez una espada quebró en sus garras el amor, y
entre flores rojas y violeta, nuestra vida parecía ir con hambre, apagándose lentamente, en un frío
lago que tiembla, y nos vuelve fría la carne, y pálido el rostro.
Hay
un algo en la mirada, que me dejó pensando en un extenso prado, cobijado de
verdes madres, la tuya y la mía, las nuestras, siendo aquéllas flores que con
su perfume no mata el olvido, y con su fragancia, invitan a llover diamantes, y
a sembrar esperanzas sobre la muda roca, que se organiza en nuestra garganta.
Inicié
a volar ante el empuje de un poeta, un cariño inmenso de amistad, su valores
poesía que nace y crece con alas de cóndor, y me ayuda a elevar las mías,
cuando invita a leer a Cortázar.
Tengo
mis botas puestas, parecen alas, una melancolía diseñada para un poema, una
sonrisa que te abrazará, una boca que sorberá cada lágrima, si nos juntamos en
el mar y nos vivimos, nos besamos con ardor, y de esa pasión quiero beber, de
esos ojos cerrados en mí, quiero soñar, tus manos paseando por mis pequeñas
laderas, y las mías, no sé, me cansé de sobar, te dejaré hacer lo que desees,
las doblaré como si estuviera en oración, cuando penetres en mí la tibieza de
tu volcán que parecía apagado...
Grité
que mi piel está cansada, no ladro, no hago como loba en sus brazos, no aúllo
como perra a una luna ausente, y a unas manos que olvidan que soy mujer.
Dijo
el poeta que una cortesana bendice la carne, y una esposa no amada, es un ceño
fruncido y una bragueta cerrada.
Hizo
rodar a su amante, o ella rodó con él, arañó su carne la gata, se tragó un
péndulo y sus campanas largas, ¡ahhhhhggg!, y me ahogo
de risa al imaginar que mi boca nació para besar una boca, y para bendecir el
aura, pero ésas malandras nacieron para apretar ganas y disolver entre la bruma,
la pesada carga de no ser amadas, y la gracia de abrir con pasión, otras alas,
que nos vuelven seres libres, pues soledad es amiga en verdad, amante y musa de
todo poeta, y esposa cuando hay abandono.
Soy
una gaviota girando, girando, ¡qué brisa mi amor!, ¡cómo me gusta el mar!, ¡las rocas, lo que guardan en su
corazón!, ¡cómo te quiero!, así, partícula de
colores los dos, perdiéndonos en la distancia, empujados por el viento de otro
día, sobre las olas, viendo el sol, y amándonos, sin perseguir otro sueño, sin
inventar otro cuento, tocando nuestras alas que se crecen en el pensamiento.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
mayo 8/15
No hay comentarios:
Publicar un comentario