Jueves,
23 de abril de 2015
RÍO
DE PENAS [24]
Eran
morenas
cual
espigas en el desierto,
palmeras
erguidas
sin
más que su mirada
a
ese espacio
bordeado
de un río,
el sonido del mar
ermitaño
y salobre,
y
sus lágrimas juntas
en
el por siempre
de
su mala suerte.
Piel
de arena,
se
han tejido hambres
y
se han bordado sueños,
todos
se van en sus mochilas
y
en sus hamacas de colores.
¡Ah!,
pero sus mantas perdieron,
sabían
jugar a ser valientes
y
a tumbar al varón
en
un juego de velocidad
más
que de fuerza.
Sus
rebaños balan elegías
a
su propia muerte,
babeando
suertes ajenas
que
han secado las suyas.
¿Y
el río?, ¿sabían que se lo han robado?
Poco
a poco se vencen,
¡quién
no!, sin el tesoro de una lágrima en la boca.
Provecho
de pocos y angustia de todos
manantiales
y ríos se desvían,
y
bajo un lecho está lo que su ambición reclama
oro
negro, pecado y vicio.
Quieren
el edredón negro que purifica su gracia,
¿qué
podemos hacer ante pensamientos tan buenos?
Era
anaconda fuerte y graciosa,
¡ahora
ni siquiera un charco de penas!
Regresan
los mismos/nada cambia
todo
empeora con cada reinado,
y
mi patria se reparte de a trocitos,
bocado
a bocado.
Fosos
quedarán,
aquí
se guardarán sus muertos,
no
habrá ofrenda ni llanto
pues
éste lago profundo
también
se ha secado.
No
habrá otros bosques
no
serán gitanos en sus tierras.
Cual
bestias salidas del averno
hombre
contra hombre,
bestia
contra indefensos.
¿Has
vistos sus ojazos negros?
Parecen
estrellas que han explotado su universo,
¡pero
brillan!,
¿si
ven cómo brillan los muertos?
Son
las luciérnagas de la noche
que
adivinamos besar los cactus,
¡esas
son las luces que vemos correr!,
poemitas
pequeños que nadie verá,
y
rosas que perfumarán con el tiempo
en
el recuerdo de un verso.
De
aquéllos que se van
con
sus ojazos grandes
se
escuchan voces como un tonto consuelo,
¡qué
bonito!, él quería ser doctor,
deseaba
ser un sabio de la tierra,
un
cuidador de bosques,
y
la niña buscaba ser madre
caminar
con los chivos y cantar,
siempre
cantarle a las montañas de sal
que
le había regalado el mar.
Pero
mis queridos,
¡se
robaron el río!,
nadie
los frenó.
Es
como si hubiesen arrancado el corazón
¡así
en vivo!,
abierto
y espinando sus risas.
¡Cabras
secas!, no hay balidos,
huesos
y llanto,
dobla
el tambor de sus pieles curtidas
por
sus almas al menos,
y
sus pocas alegrías.
Una
ronda de buitres acecha,
pero
no son vestidos de negro,
éstos
se alejaron hartos de carne seca,
vienen
los que desean hasta el paisaje,
y
si pudieran sus ojos arrancarían
pues
es un negocio pendiente.
¿Cuánto
costará mañana ver un ocaso?
¿Cuánto
nos cobrarán por respirar aire puro?
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
abril 23/15
No hay comentarios:
Publicar un comentario