lunes, 16 de marzo de 2015

DANILO Y LA SOMBRA [79]


DANILO Y LA SOMBRA [79]

Doña sombra ha llegado a casa, viniendo del cementerio y al rato mi bebé; un poco de algodón, seda fabricada con dulce ternura, espera a morir entre mis brazos y su mirada/puro amor en derroche, se quedó prendida de la mía ajustándose al frío de la noche, y sin importar lo dejé en el poema anterior, jajaja! igual da dijo Barbitas, ¿cuánto durará el día y cuánto la noche?, el tiempo no existe, así que sigamos rojos de la ira o pálidos por ignorantes.

Mujer, ¡cuántas patadas recibimos!, pero aun así tenemos agallas para gritar en medio de la palidez de un mundo lleno de crueldad, somos la sombra perfumada en medio de los rojos que se extienden en las llanuras del descontento, pero se esgrimen espadas en la lengua, y venenos en el aire para matar la vida, que resucita de nuevo entre gajos de limonares, como hembras servidas para el pasajero, sin pedir nada, entregando de su corazón oro y perfume, tomado entre besos dulces y cariños de alas, que se mueven con prisa y afán desconocido.

Las sombras,  el color, aunque todo parezca blanco, no hay grises que no se utilicen, ni flores que no se amen.

Gracias por tanta belleza, le dije al bosque, pero la sombra tapó mis ardientes palabras, ellas no las necesitaban, sólo requerían de una sola letra para seguir, ¿acaso no lo adivinamos cada segundo?, nuestra sombra apaga la de arriba, mueren los árboles, los martirizamos antes, secamos su tronco con agua hirviendo y veneno,  para que sea silencioso, y echar la culpa al comején de la ignorancia que corroe nuestra mísera existencia.

Magia en la paleta, esa era la sombra que veía, como el desteñir de las nubes en el ocaso, y al movimiento del brazo, aromas y destellos de un amor más grande que nos bendice, eso dije por ahí, y la paleta continuó a pesar de mis inquietudes, las nubes corrían aprisa y  la fuerza invisible que mueve nuestro pulmón, era la responsable de sus vidas llenas de magia y encanto, estalactitas que caían al beso del destino para mojar mis propias lágrimas y humedecer a besos, la carne del malvado,  ¿estoy ahí?, que me libre la sombra de lo alto, de todo lo de abajo.

Él en medio de todo me regaló el océano de sus ojos para contemplar el sueño de ser feliz, y estuvo también ahí su paleta, la real sombra divina que acude al encuentro de cada pavesa, somos brizna de un incendio, nos quemamos unos a otros, nos ardemos, nos matamos, y a pesar de todo, la sombra nos persigna con una bendición, con otro día, con un nuevo desayuno sobre la mesa.  
A ratos pálidos, nos duele el estómago pero se nos regala la noche con una torta inmensa adornada de estrellas, de las que pedimos trocitos, y los comemos en versos que juntamos y volvemos sábana inmensa, para que las estrellas de abajo puedan brillar como las del cielo.

¡Hermoso!, que no olvidemos el detalle del mirlo al regresar al mustio árbol, ni las gotas de rocío que se vuelven diamantes al sol, nunca se olvidará cuando la última hoja del árbol de la vida se junte con las que se fueron primero, y también te lo dije, escribiendo a mi tesoro, esa sombra tenía perfume en mi existencia, tan rara a ratos, ¿qué me sucede?, sólo tristezas parecen abonar mi huerto, pero también esa inquietud vuelve inmensidad la pradera, donde la poesía se crece con alas de cóndor, ¡y se levanta altanera!, hasta besar las estrellas y comerlas una a una.

Luego la sombra entonó una melodía, música como  la oración más perfecta de todas, paz, armonía, el corazón desgaja flores y los azahares perfuman, tan dulce, como  la voz del cantor en el llano, y también ahí pasó la paleta, mi Pintor llenaba de gracia mis días y no me daba cuenta de ello, inicié a escuchar todo, eran palabras dulces de poetas solitarios que rogaban al cielo un trozo de amor, y el amor caía cual aguacero sobre el desierto.

Tocó las fibras del alma con esos retazos que se parecen a nuestra propia existencia, y los caminos andados entre tropiezos, caídas y manos en el camino que nos ayudan y levantan, y otras que nos vuelven a lanzar con sus patadas,  me  permitió saborear la boca de mi madre, a tierra,  a sal del mar de mis ojos que parecía manantial presuroso, para secar del poeta sus ansias y convertirlas en realidad, y la sombra se volvió luz al fin.

Estaba corriendo ahora, ¿para qué tanta prisa?, pero corría y corría y ella detrás de mí, como mi perrito Danilo, hasta que al fin calló cuando su mirada triste se enredó en mis ojos, y los míos, se fundieron en el silencio de su fin. 

Mi carrera intensa parecía terminar, pero otros luceros esperaban una mirada, otras pieles ardían en la pradera…

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, febrero 15/15
©10-498-459





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