COMO UN NIÑO [75]
A veces nos sentimos así, como un niño,
desprotegidos en medio de violentas y grises aguas, pero la providencia es como
un beso de madre cuando nos sentimos perdidos.
Hallé olvidado mi juguete caro, lo encontré en un
bosquecillo blanco de letras, hablaban las hojas secas de cada día, y repetían
versitos alegres los pájaros en las ramas.
¡Mi payasito amado!, ¿en dónde estabas acaso?,
¿quién te había tomado?, ¡cómo han dañado tus brazos!, tus ojos ahora tienen
una sombría huella, te han herido con espinas de cardos venenosos, pero estás
todavía, y me importas por lo que eres, mi amor hermoso, regalado en una
navidad por un oso hormiguero que abrigaba mi existencia.
No pudieron partir tu corazón, ahí estaba completo,
y pensé entonces que los sueños nunca terminan, que cada día hay uno a la
puerta, pero no sabemos el momento de realizar alguno, pregunté: ¿cuándo
terminarán las ilusiones para poder realizar aunque sea una de ellas?, y ahora mi pequeño sueño de encontrarlo estaba ahí, en ese
bosque de nieve con tus ojos y tu boca, con tu corazón tan rojo, como los
primeros brotes de la primavera.
Escuché un sonido mágico, la dama dormía entre flores, las
notas dibujaban la candidez de un sueño entre luces, como espumas que soplaba
un ángel por un pitillo de lágrimas, y ella ahí, escuchando esos sonidos y
pensando en él, mi payasito perdido; ahora
estás aquí, navegas conmigo en la misma barquita de cristal, pero la providencia
nos empuja cada día más y más, hasta que se junten los sueños de nuevo, en un
verso de amor.
Y pensé en Él cuando escuché las ocarinas, al tocar de las
manos una guitarra, la música española rebotó en medio del silencio de un nuevo
día, y me di cuenta que antes que el amor, Dios creó la música, y cuando quiso
fabricar el amor, se dio cuenta que estaba flotando en un pentagrama en color
negro y blanco como el principio y fin de todo, y luego el sol resucitó todas
las melodías que iban y venían con los dedos que impulsaban el teclado, o
soplaban en la ocarina besos y fantasías.
Aquí palidecí un tanto, para seguir pensando en ti, para que
mi piel recobrara el perdido color de las rosas blancas, y fuera para ti una
encendida mujer, cual orquídea abierta para el cantor que bate sus alas, como
un ventilador sobre su rostro.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
febrero 24/15
©10-498-459
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