EL AMOR [82]
Dulce
poema, el amor siempre nos lleva por los mismos caminos que la aurora, ¿los
conoces?, nadie evitará que la providencia nos regale flores en cualquier
instante, y bien perfumadas.
A veces
creemos que todo nos será negado, que los aires de princesa se van con el
tiempo, y sólo quedan muertas flores en el huerto, pero es mentira, el tiempo
templa el rostro y bendice la mirada, nos vuelve frágiles niñas en espera de un
cantor en la ventana.
Ya no
esperamos nada del hombre para iniciar a contemplar el bosque, la belleza de un
gorrión en la orilla de un andén, o la majestad de un águila cuando inicia a
volar.
El amor
bendice nuestro caminar, con el tiempo lo hacemos despacio, hay temor a quebrar
el cristal donde el Creador depositó su obra, que somos nosotros mismos,
dejamos de pensar en el otro para masticar lo que esté más suave al paladar,
para no atragantarnos con las cosas amargas de la vida, y lo salobre, lo
tomamos como regalos para que el viaje final sea tan suave, como el aleteo de
un colibrí sobre una flor y se torne la mirada en un brillo especial de
estrella viajera.
¿Nos
preocupa el amor?... lo tenemos frente a nosotros y a veces olvidamos… cuando
al despertar lo divino penetra las rendijas olvidadas de mi vieja puerta, y la
ventana se abre, para que un frío beso alivie de pesares, y seamos amantes de la brisa mañanera, y del
sol ardiente que nos espera.
Es verdad,
el amor es un poema por construir cada
segundo, el verde de las praderas que semejan los ojos de mi princesa, el negro
de la noche parecido a los de mi rey, el café de las montañas tan parecido a
los de mi potrillo que se fue a jugar balones blancos y azules en ese planeta a
donde regresaremos, cuando nuestras pisadas nadie sienta y nuestra voz se
acompañe del compás divino de ese hálito, que rezongará un poco antes de
abandonar el estuche que en préstamo se nos dio.
Libre,
como el águila azul, como las nubes viajeras en ésta mañana fría de enero 21,
así seremos en cualquier segundo, y entonces no sé si olvidaremos éste sueño de
vivir, que vale la pena, demasiado; éste cerrar de ojos para tocar una guitarra
y sentir la música de un árbol cuando el cantor pasa la voz de rama en rama, y
se repite de hoja en hoja, ese te quiero, que adivinamos se mezcla y se
comparte por igual.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
enero 21/15
10-491-97
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