viernes, 21 de noviembre de 2014

Y LA NIEVE



Y LA NIEVE
Era una niña todavía, miles de copos de algodón se estrellaban y caían del cielo, era una lluvia blanca que llenaba mis bosques de ilusión, y corría, mi falda era de seda que danzaba con la brisa, todo lo tocaba con felicidad, en tanto el mundo se arropaba de blanca miel…
¿En dónde estás mi amor?, y te buscaba una y otra vez, corría alrededor de un árbol inmenso, las hojas secas se perdieron, los frutos y las flores, ahora todo era una nube inmensa por donde podía correr, y escuchaba el sonido de un bosque sin alas, sin aves y sin luz.
Los gorriones adivinaban mi desconcierto, y se dejaban mojar de pálidos vientos, se juntaban en un beso y se escondían en una oración.
Un siervo a la distancia me veía con curiosidad, ¿qué hará esa niña por ahí tan perdida?, si viniera a mi lado, la llevaría junto a los míos, pero al acercarse, más me alejaba, me asustaba tanta blancura, tanta agua seca que no me mojaba.
Un búho, como niño triste de ojos de luna, me vio desde gran altura, en ese pino que regaló su último gajo, para que sus garras se aferraran y pudiera contemplarle.
¿Qué pasará?, ya no cantan las aves, el mundo es una sábana, el bosque aguarda besos y besos de lágrimas blancas, y todo se vuelve espeso, frío, tembloroso…
Los potros parecen felices al regresar, también me ven y se conversan:¡ Brrr!… pobre niña, siempre tiene frío, ¿será que la atraemos a nuestro establo?, pero la niña yo, inicia a correr, hasta poner alas a los pies que se crecieron en el alma.
Las flores fueron arropadas, sin importar que temprano fuera el día, las hojas de todos los colores, las rocas, el mundo, y la vida se volvió una nevera por dentro, con pajaritos estacionados en los gajos, y sus colores fueron lo único que llenó ese mundo de nieve, con gorjeos repetidos y felices, ¿qué haremos ahora?, ninguno lo preguntó, el lago estaba quieto, la bruma se había estacionado, una cobija bajó del cielo, y se quedó en la dulzura del mundo.
Y cayeron los besos del cielo, el paraíso se volvió un blanco pañuelo, donde repetí tu nombre y te dije: te quiero... te quiero...
Temblaron las ramas ante leve suspiro del viento, una roca blanca en forma de niña hizo estación en el invierno, y sus manos en oración, guardaban una lágrima congelada entre sus párpados.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, noviembre 21/14

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