viernes, 21 de noviembre de 2014

ME DIJO...

Mis padres 

ME DIJO…
Me dijo que nada era para siempre, ni las hojas en los árboles, ni la lluvia en invierno, que hoy estamos con una sonrisa y al segundo, un arco iris al revés, que todo viene y pasa, lo único que permanece es un paisaje cambiante, que se renueva con cada estación.
Crucé la quebrada descalza, y las rocas no me herían, divisé la cascada caer cerca del Chicamocha, ¿había cascadas?, en el camino a San Vicente, sí, lo recuerdo, gajos y gajos de árboles llenos de flores, muchos colores, todos, una serpiente negra con visos dorados herida en la carretera, ¡dale duro!, ¡jajaja! que muera esa bestia, pero ella tan solo pasaba hacia un refugio, bien escondido bajo las rocas...
Seguimos... dijo que casi muero por una diarrea en el camino, usó toda la ropa de ella y mi padre llevada en la maleta, y un apodo muy feo me colocaron para reír de mí, y con él crecí... un huevo con caldo, la palidez de sus rostros, y sus brazos como enredaderas aferradas como si un solo tronco fueran.
Pero no morí esa vez, sino lentamente, para que pueda divisar más cosas en el camino, con sus rostros ardientes que se quedarán por siempre así, el horror en la montaña, en el atajo, ¿y las florecitas de la virgen?, hace mucho no las veo, creo que lloraré cuando regrese a mi tierra y huela de nuevo sus montañas, donde estuvimos tantas veces, en silencio, viendo pasar las nubes cargadas, y recogimos hormigas que devoramos con ansias.
Me dijo que el bus se iba por la montaña, que todos nos íbamos, rodaríamos por un precipicio de sueños dorados, y al ella decir: ¡Virgen Santísima favorécenos!, un salto se dio, y el vehículo de nuevo rodó por esas empinadas faldas, siempre dijo que nuestra vida era un milagro, y que ellos fueron muchos, antes y después de la aurora, mucho antes...
Me dijo... qué había muchas semillas, pero que no todas eran buenas, algunas el gorgojo las hería y otras, se untaban del vicio que traían las nuevas, que algunas veces se veían por fuera muy dulces, más sus frutos eran muy ácidos, pero en el fondo eran buenos, pues su acidez con azúcar mermaba, que otras nos enseñaban de la vida cuando con desdén eran tratadas, y caían en oscuros fosos, de donde brotaban inmensos árboles, que al buscar la salida crecían, y crecía, regalándole a todos una lección de fortaleza, venida de muy adentro del alma, y los otros árboles bajaban el rostro, cuando él los sobrepasaba, y de su sombra tomaban.
Día a día fue una lección poco aprendida, pero no mermaron esa calidez, que como una hoguera se expandía hacia todo lo que abarcaba sus mundos, campesinos a la vera del camino, niños que iban y venían kilómetros inimaginables con una libreta y un lápiz pegado del borrador, casi escribiendo con las uñas, y la ilusión de un mañana mejor.
¡¿Don Pedrito me lleva?! -mi viejo les respondía con esa mirada de sol, resplandeciendo siempre, donde habitaba el amor y se quedaba junto a él, envuelto en carcajadas, y ramos de uvas y regalos del bosque, con los que lo esperaban de vuelta sus padres.
¡Qué ilusión tan grande sentirlo llegar! , Káiser, nuestro greñudo perrito que le regaló un amigo en Bucaramanga sabía del sonido del motor, muchas cuadras abajo, era de admirar cuando pasaba la Cacica nuestra finca amada, era de aterrarnos que al pasar de la quebrada, sus orejas, su intención de amor en la puerta con el rabo como batiendo una bandera blanca, y luego, le olía al cruzar del cementerio viejo, y todos estábamos pendientes de eso, al llegar a la plaza, estaba cerca!, y agilizaba entonces con ladridos, ¡ya viene!, ¡está bien todo aquí!, regresa el rey a casa, y todos nosotros salíamos corriendo y nos abrazábamos de nuestro amor, y mi madre, con los brazos abiertos bendecía el segundo, ¡gracias Señor!, ¡al fin ha llegado mi amor!, ¿Cómo le fue mijo?, ¡todo bien, gracias a Dios!, respondía con un beso en la boca, ¡qué ardor!, cómo me llena de alegría recordar esos viejos momentos.
¡Ya Káiser, deje la bulla!, jajajaja… qué bonito era mi perrito, qué lindo era mi viejo, mi madre, y el ruido en la calle, el sonar del mirlo en la jaula, el toche, las gallinas en el corral, el jardín, el alar, las orquídeas…el sonar de las campanas de la iglesia mayor, los muchachitos saltando encima de la máquina de moler con sus besitos de plumas ocres y amarillas, gorrioncillos que llenaron de vida y amor nuestro huerto, la casita de cerca de la loma, en donde caminábamos con los pobres, y nos mirábamos con el mismo amor de siempre, compartiendo de nuestras migajas y abrazándonos en días de lluvia o de sol.
Raquel Rueda Bohórquez 
Barranquilla, noviembre 21/14

No hay comentarios:

Publicar un comentario