miércoles, 3 de septiembre de 2014

MIENTRAS EL PINTOR

Un largo vuelo se anuncia y un abanico de luz hace temblar el pecho de amor.

Imagen: Internet


MIENTRAS EL PINTOR

3 de septiembre de 2014 a la(s) 9:02
Mientras  me acomodo a un nuevo día, extiendo el abanico del pensamiento donde cabe el universo, y aún queda espacio para que estés ahí, en este inquieto mundo interior, donde las olas son mujeres como yo, que te invitan a un vino, a una letra, y el halago puede, lo que la indiferencia no consigue.

Me gusta mucho lo que a diario veo, arriba de todo siguen las nubes, y creí que un pájaro de metal me llevaría a tocar el cielo, que es como un óleo que se extiende a lo largo y ancho del infinito, tan solo  palpable a la mirada, lejos de ser tocado por el hombre, pues el Creador de sueños sabe que seríamos atrevidos, y hasta cambiaríamos de lugar las estrellas, volviendo parcela el  cielo para venderlo a trozos.

Qué hago aquí?, no lo sé, se harán todos la misma pregunta,  temo descalabrar el cerebro y partirlo en dos, como éste corazón tan inseguro y débil, que se ha quebrado en mil pedazos  una y otra vez, ante el paso del azor, pero que vuelve a rearmarse por el milagro del ángel de luz  que danza en mi  candelabro azul.

Un chillido agudo me desvía hacia las colinas más bellas, y una nueva estación anuncia el otoño,-me pregunto si el último que divisaré, o si alcanzaré a llegar a la primavera, para llorar de felicidad, al ver nuevos brotes que abren su mirada al sol.

No importa si llega otro invierno, también tienen la magia de hacer brillar las joyas que siempre están cerca,  pero que nunca se podrán ver ni tocar, habrá oportunidad de  ajustar las cuentas en el camino,  dar un abrazo, prodigar un perdón, acariciar una estrella en una nueva noche prometida en la que sabemos que en otro rato, alguien levantará la mirada por nosotros, si acaso es verdad que somos espíritu guardado en un estuche desechable.

Quisiera tocar el sol, mi amado de siempre, que su luz se quedara como aquélla sonrisa leve y tímida, que su calor pasara por aquí  siendo  mi potrillo de ojos tierra y pecho tallado en cuadritos de cristal, perdido entre la nostalgia y el pesar de un nuevo día sin él.

O que tuviera la certeza de que el sinsonte que trina seguido en mi árbol,  lleva el alma de mi madre, acomodada en su divino corazón,  y es quien interpreta  de continuo una dulce melodía, cuando más triste y conmovida me encuentro.

Escucho de nuevo un chillido, pero me doy cuenta que es el mío, estrellado en la cumbre del olvido, que como un eco regresa de nuevo a mí,  pero levanto la mirada para volar más alto, y seguir buscando aquello tan lejano, como la pintura con que se colorean  las rosas, y se antoja el Rey en el arco iris y el azul turquesa  del mar.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, septiembre 3/14

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