HABÍA UN SOL (Cuento) L3R
Había una vez un caballero llamado Sol, amigo de la vieja Luna, cierto día Sol estaba tibio, y Luna ardía, las estrellas habían desaparecido, y todo se había despejado, pero Sol seguía oculto por días y días; nubes azules brillantes ocultaban su belleza, esto inquietó mucho a Luna que dijo: tal vez si pinto mi rostro de blanco, pueda ser que si pareciera que un astro de paso mordió mi frente... o si algún día me antojo en estar tan dorada como él, pueda fijarse en mí.
Pero no, Sol pasaba y pasaba, veranos, inviernos, primaveras, y Luna estaba triste, porque él nunca le hablaba de amor, y se quedó prendida del cielo esperando una mirada, un te quiero, un poema al menos, pero Sol estaba muy entretenido, y pensó que Luna era muy necia y la olvidaría.
Luna se dio cuenta, y se contentó con estar desde la distancia viéndolo, tan solo aparecer, y regalar cucharadas de su brillo, para que ella se contentara al menos.
Lo vio bajo un árbol, jugando con una cámara a pintar sueños sobre mesas transparentes, lo adivinó entre los gajos secos de un árbol inexistente, cerca de un lago, sobre el mar, mientras ella corría y corría, pero nunca llegaba un amanecer para estar junto a él.
Sol calló, ¿hasta cuándo?, -pensó Luna.
Me gustaría saber de un día, donde me diga que seremos uno, en cualquier mañana o cualquier atardecer, y que nos veremos desde una casa de madera, como los mejores amantes, los más fieles amigos, y los más dulces hermanos.
Sol se dio cuenta entonces, y encendió su mirada, tenía el rostro sonriente, y Luna se puso llena, se embarazó de su amor, y un mundo de poemas, parieron entre los dos.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, 9 junio/14
Pero no, Sol pasaba y pasaba, veranos, inviernos, primaveras, y Luna estaba triste, porque él nunca le hablaba de amor, y se quedó prendida del cielo esperando una mirada, un te quiero, un poema al menos, pero Sol estaba muy entretenido, y pensó que Luna era muy necia y la olvidaría.
Luna se dio cuenta, y se contentó con estar desde la distancia viéndolo, tan solo aparecer, y regalar cucharadas de su brillo, para que ella se contentara al menos.
Lo vio bajo un árbol, jugando con una cámara a pintar sueños sobre mesas transparentes, lo adivinó entre los gajos secos de un árbol inexistente, cerca de un lago, sobre el mar, mientras ella corría y corría, pero nunca llegaba un amanecer para estar junto a él.
Sol calló, ¿hasta cuándo?, -pensó Luna.
Me gustaría saber de un día, donde me diga que seremos uno, en cualquier mañana o cualquier atardecer, y que nos veremos desde una casa de madera, como los mejores amantes, los más fieles amigos, y los más dulces hermanos.
Sol se dio cuenta entonces, y encendió su mirada, tenía el rostro sonriente, y Luna se puso llena, se embarazó de su amor, y un mundo de poemas, parieron entre los dos.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, 9 junio/14
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