Flor de pitahaya. Alirio Rueda B.
LA
NIÑA FLOR (Cuento Infantil) [73]
En
una parcela pequeña puede caber el alma de un ángel, ahí vivía una niña flor… Era
blanco su traje y dorado corazón…
¡Niña!…
¡despierta!... /le dijo en un susurro una voz en el viento.
Pero
la niña no despertaba, estaba
entretenida en ser capullo, en ser botón, en ser sonrisa para un caminante; en
tanto, todos despertaban las hojas caían una tras otra en cada estación; las
flores se convertían en fruto y semilla, y ella… se quedó siempre en la misma
primavera que la vio nacer.
-Niña
bonita, mi flor del campo... ¿qué es lo que te entretiene tanto, en tu dulce
traje primaveral?
Debes
crecer, ¡tienes que madurar!, debes volar algún día de aquí, para que tus
semillas puedan ser, tenga olor a flores
frescas el bosque, y puedan los besos zumbadores regresar…
Nada
respondía… sólo cantaba versos de madre, y las gotas de rocío llenaban sus
pétalos, el púrpura suave de sus labios
con el frío de la tarde, parecían temblar.
La
niña reía en medio del pequeño sitio en
donde siempre estaba, era feliz, los
colibríes venían, pasaban… y a veces… sobre su gajo, un canario de dorado color
se entretenía viendo a tan pequeña flor, que no quería ser grande; sino permanecer siendo niña, aferrada al
tronco madre y sostenida por la
providencia que la dejaba ser.
Cierto
día se fueron las flores… hubo una gran brisa que mató las rosas, fue una
muerte pequeña de ojos cerrados, ahí la mariposa con sus alas abiertas, parecía
declamar versos a todas las amantes flores de su alrededor, y el lúgubre sonido
de viento en ese ulular sin hojas, en medio de tan cruel desierto, con el sol de
lleno sobre los rosales muertos… a la pequeña flor al fin despertó…
¿Qué
es esto?... ¿Quién abrió mis ojos para ver tanto horror?...
Se
fueron las semillas viejas, ahondaron las rosas sus espinas en mi piel,
los
cardos tan fuertes en sus veranos intensos, ¿quién los derrumbó?
-¡No
quiero crecer!, ¡no quiero ser vieja!, ¡no quiero descubrir éste mundo extraño
donde todo es dolor!
Y
pasó el ocaso vistiendo de pálidos velos,
lo que tenía tan hermoso color en su ayer.
Llegada
la noche, un lucero en el cielo acompañado del gris que se ajustaba a la inmensidad,
estando la niña flor con sus pétalos a media luz, con un rayo de luna que
pastaba en el monte, con una caricia pequeña pareciendo un arrullo de madre, ¡la
hizo de nuevo dormir!
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
noviembre 15/13
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