viernes, 15 de noviembre de 2013

LA NIÑA FLOR (Cuento) [73]


Flor de pitahaya. Alirio Rueda B.

LA NIÑA FLOR  (Cuento Infantil) [73]

En una parcela pequeña puede caber el alma de un ángel, ahí vivía una niña flor… Era blanco su traje y dorado corazón…

¡Niña!… ¡despierta!... /le dijo en un susurro una voz en el viento.

Pero la niña  no despertaba, estaba entretenida en ser capullo, en ser botón, en ser sonrisa para un caminante; en tanto, todos despertaban las hojas caían una tras otra en cada estación; las flores se convertían en fruto y semilla, y ella… se quedó siempre en la misma primavera que la vio nacer.

-Niña bonita, mi flor del campo... ¿qué es lo que te entretiene tanto, en tu dulce traje primaveral?

Debes crecer, ¡tienes que madurar!, debes volar algún día de aquí, para que tus semillas puedan ser,  tenga olor a flores frescas el bosque, y puedan los besos zumbadores regresar…

Nada respondía… sólo cantaba versos de madre, y las gotas de rocío llenaban sus pétalos,  el púrpura suave de sus labios con el frío de la tarde, parecían temblar.

La niña  reía en medio del pequeño sitio en donde siempre estaba, era feliz,  los colibríes venían, pasaban… y a veces… sobre su gajo, un canario de dorado color se entretenía viendo a tan pequeña flor, que no quería ser grande;  sino permanecer siendo niña, aferrada al tronco  madre y sostenida por la providencia que la dejaba ser.
Cierto día se fueron las flores… hubo una gran brisa que mató las rosas, fue una muerte pequeña de ojos cerrados, ahí la mariposa con sus alas abiertas, parecía declamar versos a todas las amantes flores de su alrededor, y el lúgubre sonido de viento en ese ulular  sin hojas,  en medio de tan cruel desierto, con el sol de lleno sobre los rosales muertos… a la pequeña flor al fin despertó…

¿Qué es esto?... ¿Quién abrió mis ojos para ver tanto horror?...
Se fueron las semillas viejas, ahondaron las rosas sus espinas en mi piel,
los cardos tan fuertes en sus veranos intensos, ¿quién los derrumbó?

-¡No quiero crecer!, ¡no quiero ser vieja!, ¡no quiero descubrir éste mundo extraño donde todo es dolor!

Y pasó el ocaso vistiendo de pálidos velos,  lo que tenía tan hermoso color en su ayer.

Llegada la noche, un lucero en el cielo acompañado del gris que se ajustaba a la inmensidad, estando la niña flor con sus pétalos a media luz, con un rayo de luna que pastaba en el monte, con una caricia pequeña pareciendo un arrullo de madre, ¡la hizo de nuevo  dormir!

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, noviembre 15/13


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