jueves, 13 de junio de 2013

HORMIGA (88)

HORMIGA [88]

Estaba en mi almuerzo, cuando la vi corriendo de un lado a otro, unas iban otras venían, decidí entonces dejar un pedacito de algo, un grano de arroz, un poquitín de yema de huevo y de sobremesa, -pensé- un poquitín de plátano con panela, es un típico almuerzo veloz, pero cuando tenemos gente muy sofisticada, acostumbrada a comer de lo que haya, se nos pone el cuento difícil a la hora de cocinar.

Pero a la hormiga tan diminuta como un grano de azúcar, la detallé para ver que hacía, y se levantó en sus paticas traseras cuando le llegó el olor de la comida. De un momento a otro empezó a correr desesperada, como diciendo: ¡Ey!, ¡aquí estoy, vengan que encontré la comida más exquisita, el caviar para nosotras!

Parecía como si hablara, una y otra vez corría y regresaba, hasta que al fin no sé de donde aparecieron sus compañeras, pero ella quería que todas vinieran a compartir de la maravilla que había encontrado y ante mi admiración, empezó a correr de nuevo, tropezaba con alguna y le hablaba al oído: ¡sí allá está corran, apresúrense antes de que limpien la mesa!, pero ella no regresaba, continuó su viaje, no le importaba no haber comido, su misión iba más allá y era avisar a todos sus hermanos que un poco al norte, estaba un rico bocado para compartir con todos y la seguí, me di cuenta que no se detenía, señalaba el sitio y continuaba en idas y regresos, hasta que desapareció en una pequeña hendidura de la mesa.

Las que había encontrado en el camino estaban comiendo, o partiendo en partículas más pequeñas y corriendo felices con sus tesoros.

Me preguntaba qué tan grande sería su corazón, sus venas, ¿tenían venas por donde circulaba la sangre?, ellas pensaban, no sé cómo sería su pensamiento pero lo descubrí, tenían un vocabulario, un sonido que no podía escuchar, un perfume que la brisa llevaba y traía, un aroma a madre cuando está amamantando y así  el amor se halla cerca de nuestra boca.

Una gota de jugo bastó, un grano de voluntad. Fue suficiente un poco de ternura, para saber de la magia de la vida, y de ahí probaban, de aquí, de allá, corriendo como niñas descalzas, disfrutando de cada segundo y agradeciendo a su manera por el alimento que llegó, de la misma mano que nos llega a cada uno de nosotros, sino que a ratos, nos damos el lujo de lanzar a la basura o de llamar porquería a lo que con tanto amor otras personas preparan para nosotros.

Siempre me he preguntado por la vida, esa magia que no tiene tamaño, que nos impulsa a correr, a cantar a reír…

Sin alas parecen volar, sin pies corren como las serpientes, y como los peces se dejan llevar de la corriente, siendo tan felices, sin imaginar que el depredador está detrás de ellos.

Un pequeño suspiro sobre ellas para saber qué harían, y de nuevo la sorpresa; corrieron asustadas, algo no estaba bien, se avisaban unas a otras y en fila india, desaparecieron en su refugio oculto bajo las ollas de mi cocina.

No pude limpiar la mesa, un mensaje estaba ahí, ellas habían tomado el alimento lo necesitaban para continuar viviendo, su alegría me hizo enmudecer, y cuando las vi correr tan aprisa como pudieron y desaparecer todas en el diminuto hueco, me di cuenta que era mi obligación dejar un mendrugo de pan cada día para ellas, que estaban como los niños de cualquier calle, en cualquier rincón olvidado del planeta, con hambre y tan desnudas de su territorio, que encontraron un resquicio en donde estar un rato más.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, junio 13/13  


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