HORMIGA
[88]
Estaba
en mi almuerzo, cuando la vi corriendo de un lado a otro, unas iban otras
venían, decidí entonces dejar un pedacito de algo, un grano de arroz, un
poquitín de yema de huevo y de sobremesa, -pensé- un poquitín de plátano con
panela, es un típico almuerzo veloz, pero cuando tenemos gente muy sofisticada,
acostumbrada a comer de lo que haya, se nos pone el cuento difícil a la hora de
cocinar.
Pero
a la hormiga tan diminuta como un grano de azúcar, la detallé para ver que hacía,
y se levantó en sus paticas traseras cuando le llegó el olor de la comida. De
un momento a otro empezó a correr desesperada, como diciendo: ¡Ey!, ¡aquí
estoy, vengan que encontré la comida más exquisita, el caviar para nosotras!
Parecía
como si hablara, una y otra vez corría y regresaba, hasta que al fin no sé de
donde aparecieron sus compañeras, pero ella quería que todas vinieran a
compartir de la maravilla que había encontrado y ante mi admiración, empezó a
correr de nuevo, tropezaba con alguna y le hablaba al oído: ¡sí allá está
corran, apresúrense antes de que limpien la mesa!, pero ella no regresaba,
continuó su viaje, no le importaba no haber comido, su misión iba más allá y
era avisar a todos sus hermanos que un poco al norte, estaba un rico bocado
para compartir con todos y la seguí, me di cuenta que no se detenía, señalaba
el sitio y continuaba en idas y regresos, hasta que desapareció en una pequeña
hendidura de la mesa.
Las
que había encontrado en el camino estaban comiendo, o partiendo en partículas
más pequeñas y corriendo felices con sus tesoros.
Me
preguntaba qué tan grande sería su corazón, sus venas, ¿tenían venas por donde
circulaba la sangre?, ellas pensaban, no sé cómo sería su pensamiento pero lo
descubrí, tenían un vocabulario, un sonido que no podía escuchar, un perfume
que la brisa llevaba y traía, un aroma a madre cuando está amamantando y así el amor se halla cerca de nuestra boca.
Una
gota de jugo bastó, un grano de voluntad. Fue suficiente un poco de ternura, para
saber de la magia de la vida, y de ahí probaban, de aquí, de allá, corriendo
como niñas descalzas, disfrutando de cada segundo y agradeciendo a su manera
por el alimento que llegó, de la misma mano que nos llega a cada uno de
nosotros, sino que a ratos, nos damos el lujo de lanzar a la basura o de llamar
porquería a lo que con tanto amor otras personas preparan para nosotros.
Siempre
me he preguntado por la vida, esa magia que no tiene tamaño, que nos impulsa a
correr, a cantar a reír…
Sin
alas parecen volar, sin pies corren como las serpientes, y como los peces se
dejan llevar de la corriente, siendo tan felices, sin imaginar que el
depredador está detrás de ellos.
Un
pequeño suspiro sobre ellas para saber qué harían, y de nuevo la sorpresa; corrieron
asustadas, algo no estaba bien, se avisaban unas a otras y en fila india,
desaparecieron en su refugio oculto bajo las ollas de mi cocina.
No
pude limpiar la mesa, un mensaje estaba ahí, ellas habían tomado el alimento lo
necesitaban para continuar viviendo, su alegría me hizo enmudecer, y cuando las
vi correr tan aprisa como pudieron y desaparecer todas en el diminuto hueco, me
di cuenta que era mi obligación dejar un mendrugo de pan cada día para ellas,
que estaban como los niños de cualquier calle, en cualquier rincón olvidado del
planeta, con hambre y tan desnudas de su territorio, que encontraron un
resquicio en donde estar un rato más.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
junio 13/13
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