lunes, 11 de febrero de 2013

BARCA DE PAPEL [58]

BARCA DE PAPEL [58]

En éste paisaje de mi vida
en lo  que presenta el destino,
detallo un hermoso árbol de frondosas ramas.

Engalanada la tarde con brillos mágicos
se robaba los paisajes un lago cristalino,
los ocultaba en su vientre en un espejo
donde cabían todas las dulzuras de la vida.

Las grandes montañas con sin igual belleza,
sus picos  enredados en cabellos plata,
traían recuerdos a vino añejo;
a verdes esmeraldas entre las palmas.

Ahí copiada en el lago,
las manos querían un sueño,
hablé con las aguas un deseo pidiendo,
ya que las estrellas aprisa se alejaron
sin escuchar mis quejas y mis  lamentos.

Un par de amantes emplumados,
se deslizaban sin temor al viento
sus huellas eran pequeños círculos,
se perdían en la nada
con ese navegar silencioso y sumiso
de sus alas cerradas,
de sus voces sin emitir,
de sus besos entregados.

El paisaje pleno de colgantes primaveras
me hacía soñar con las acacias del camino;
en selvas vírgenes abandonaría mi vida
bajo un alar de verdes ramas.

Me desboqué en admirar tan pálido rostro, 
con encendido corazón en sus aguas claras. 

Tantas las bellezas que saltaban al otro extremo
bellas mariposas de colores adornadas,
dejando en las ramas sus versos de amores,
y tejiendo pequeños nidos abrigados.

Un pajarillo de azules intensos
me hizo voltear el rostro al cielo,
quise navegar en aguas brillantes
pero el cantor abrió sus alas,
y se perdió en la nada.

Enredaderas de colores,
donde el rosa se hizo dueño de los robles,
las azules campanolas abrazadas de un tronco;
las doradas hojas cayendo sin prisas,
me tomaron con los ojos húmedos,
/no estaba llorando,
es que una lluvia tempranera bajó del cielo
para jugar con mis párpados.

Cerré los ojos /¡qué mala costumbre querer ser  gaviota!,
pero mis alas fueron inmensas y blancas,
el cuerpo se convirtió en un copo de algodón
ligero, suave…

Confundida con los azules,
busqué el susurro de su voz,
admirada en la belleza y suavidad del vuelo,
planeaba, sin emitir sonido,
pero callada observaba de un lado a otro
un viaje sin destino.

Apresuré la marcha,
una helada brisa
era el anuncio de una tormenta de besos
que bajaba por entre las ramas,
y el sol hacia nido en ellas
con esa brillantez que tiene
de ser tan amante y ardiente;
y continué mi vuelo,
olvidando la pequeña barca
que enredé con un lazo,
a la vera de cualquier camino.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, febrero 11/13

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