lunes, 7 de octubre de 2013

TAYRONA 2 [108]

TAYRONA 2 [108]

El Tayrona es un parque protegido, pero más que eso es un negocio de un francés, a quien dieron concesión para 4 playas, eso fue lo que nos dijeron los nativos. Cuando viene lo hace en helicóptero, a llevarse todo el dinero, algo que debiera ser explotado por, y para los indígenas que habitan la zona y los nativos, que son quienes cuidan el lugar.

Nos dijeron que los indígenas están derribando árboles que tienen miles de años ahí, para hacer sus casas, que algunos llegaron hace poco y no son de la zona, pero que nadie puede meterse con ellos, que les han enviado notas del gobierno para que no continúen, pero a ellos parece que no les preocupa, eso fue lo que nos dijeron, pero la selva siempre ha estado ahí con ellos, y ha sobrevivido, tal vez ahora no sabemos cómo sea.

Hay horario para entrar a nuestra casa, cobran la entrada, inician desde las 8 am, dicen que para protegernos de las serpientes, hay policía en caballos argentinos que son enormes, y el resto son restaurantes sin tanto lujo, palmeras, alquiler de colchones y casitas plásticas en medio de la espesura, en una planicie sembrada de palmeras.

Una caminata que inicia por senderos en medio de la espesura de la selva, sin tantas aves y animales, pues me dio la impresión de que marcharon hacia otro sitio, pero el estiércol de los monos y el canto de los loros era lo que más escuchaba, creí que me encontraría con muchos animalitos, pero estaban todos durmiendo en otra montaña.

Pero tropecé con mariposas, una dorada se posó en mi hombro, una azul gigante salió de la espesura, quise verla pero se perdió tan veloz como apareció, para cuando no la buscaba, aparece ante mis ojos, con ese azul tan brillante, intenso y bello, pensé que los azules me persiguen, es el color que a Dios más le gusta, estoy segura, y me he vuelto muy amiga de mi Señor.

Subidas, bajadas, rocas, senderos nuevos en madera en algunos pasos, y finalmente, llegar a cada sitio y ver esos colores tan hermosos, transparentes, un mar tan claro como un espejo, enormes rocas, dos islas pequeñas, imaginé mi isla, a donde iré con mi amor soñado,  será éste el sitio escogido, arriba de la roca más alta, porque ahí estaban, una sobre otra, contando una historia, algo sucedió, tal vez bajaron del cielo en alguna época, hicieron estación en el mar y formaron una isla, para que todos viéramos que en este sitio, había algo más que aguas que sabían besar y cantar, sino una presencia más allá de lo que imaginamos.

Observé a varios extranjeros viendo al horizonte, ocupados en pensar, quién sabe qué sueños pasarían por sus mentes, estaban igual que yo, creyendo tal vez que era otro sueño dentro de cada sueño, un paraíso perdido, donde no muchos pueden llegar.

Tantos años y nunca había ido al Tayrona, fue un maravilloso regalo, un viaje donde creí que mi corazón se salía y que tal vez no aguantaría, pero sí, aguanté el viaje, y como nos dejaron rezagados los más jóvenes, planeamos con mi hermano Pedro, de regreso, hacerles la jugada, y alquiló dos caballos.

Un espectáculo maravilloso llegar al mar, los cangrejos de paso tan hermosos, fabricando en el camino muchos huecos, y asomaban sus caritas de chismosos, para ocultarse de nuevo y dejarnos pasar.

La gracia de ver todos esos chicos jóvenes y bellos disfrutando de esas playas, al finalizar la espesura de la selva, como un regalo de Dios para el caminante, fue lo más bello de todo.

Los ancianos no podrían llegar ahí, esa parte me entristeció un poco, mi madre nunca vio ese mar, ni esas islas, ni las rocas tan enormes, ni los verdes tan intensos… tal vez ahora estaría por ahí sin que la viéramos con nosotros, acompañándonos, porque nada malo sucedió, fue un viaje sin rasguños, todo llano a pesar de los miedos.

Nunca había visto esos colores, cuando alguien vaya a ese sitio sabrá de qué colores les hablo, de esos azules del mar y del cielo, donde todos llegan buscando un poco de paz y  consuelo.

Hay una playa antes de llegar a la playa más bonita, a donde nadie debe bañarse, pues más de 200 personas se han ahogado ahí, se ve el agua de un azul diferente, pero es por la profundidad de las mismas, iniciando desde la orilla, esa me asustó un poco, pues es un paso obligado para llegar al paraíso. Después quisimos ir a la playa nudista, pero nos gustó más donde estábamos y regresamos.

A las 4.30 el recorrido a caballo, subimos ilusionados creyendo que les haríamos burla a quienes se fueron a pie, pero fue la aventura más tremenda, por unos caminos de herradura, donde los pobres animalitos luchaban con sus vidas por regresarnos bien al mundo de cemento; estuve a punto de caer, empinadas zonas llenas de roca y barro, serpientes mapaná al paso, oraciones, bendiciones al chico que tenía que subir y bajar cada día con sus caballos, y la gente que hacía éste recorrido.

Ya de noche llegamos, todo estaba oscuro y nos reíamos a carcajadas porque no podíamos creer que llegamos sin un rasguño, en el camino nos encontramos con dos indígenas vestidos de blanco, /su atuendo, descalzos en medio de la selva y con paso firme en la oscuridad.  Sí, son ángeles, porque caminar así, sin miedo a los peligros de la selva, sin armas y descalzos, parecían flotar, y con un saludo desaparecían de nuevo.

El chico que nos conducía mató tres mapaná que le salieron a mi angelito blanco, se detuvo de repente y sabía que algo malo pasaba, y no una, sino tres, el chico las mató, me dio pesar pero dijo que si no las mataba, ellas podrían matar al caballo y a nosotros, pues su veneno es terrible.

Regresamos a casa bien, felices, dejamos todo el cansancio que llevábamos y creí que amanecería con dolor en el cuerpo, pero todo se quedó allá, como por arte de magia, el estrés, el agotamiento, la tristeza, en un solo día, en unas pocas horas la selva de los Tayronas me devolvió la felicidad, y la isla me espera, porque allá estaba para mí, en otra historia que contaré más adelante, es un sueño que diviso entre la espesura azul y verde de las sombras que me siguen.

A mi hermano Pedro y cuñada, gracias por el regalo, por la experiencia maravillosa de la caminata y por el susto del regreso, para finalmente comprender que dos ángeles nos llevaban sobre sus lomos, sin importar sus propias llagas de cada día, mientras alguien guiaba el camino, tan pequeño y fuerte, como los mismos potros.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, octubre 7/13


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