TOMÉMONOS
UN TINTO [109]
Tengo
la manía de tomar café caliente, diviso
manos sudorosas, señoras que van y vienen con ollas donde todo se quema, y al paso del tiempo los olores llenan
la estancia de esperanzas y barrigas llenas.
Descubro
el perfume del café, aroma de las blancas flores de los cafetales, el lecho de
sábanas que ofrendan una oración bajo sus gajos de pequeñas perlas verdes, el tiempo las cubre de dorados, de amarillos,
de rojos vivos como la sangre, para entregarse a las manos curtidas de las
mujeres y los hombres, que con amor los toman como regalos vivos de sus plantaciones.
Viene
ahora esa boca abierta de metal que parece tragar las semillas rojas, al instante un bulto de abono, y las joyas
perladas con dulce sabor, se llevan al sol para el secado...
La
molienda del día aromatizando la estancia, las ruanas colgadas, la piedra para
afilar el machete, el totumo, las alpargatas, el sombrero de palma...
¡Qué
bellos recuerdos del campo!, el despasado, el escoger las grandes para que sean
llevadas al extranjero, las mejores para otros, mientras las pequeñas se quedan
en casa, las diminutas que guardaron su vida para quienes abonaron el terreno,
y con ese olor bendito de las bocas llenas, sentimos un beso de amante
escondido bajo la ruana, ¡llega el café!, con ese aroma a campesino, con ese
dulzor de manos curtidas acariciando el rostro de sus damas, a calmar los
calores del día, en tanto en la cocina se revuelven los niños, para que se
vuelvan diamantes negros, quienes bendecirán cada día, las labores arduas del
campo con un te quiero.
¡Mirémonos
a los ojos!, acaricia las manos, continuemos arrancándole diamantes al campo,
para que retorne la magia de la vida sencilla y simple, ahí la felicidad tiene
color a café sembrado y sabor a tinto caliente.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
octubre 7/13
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