POETAS [148]
Siempre me han gustado los poetas que bendicen
la vida, toman del trigal las mejores semillas y las ablandan, las muelen, las
convierten en alivio, sin importar los calores fuertes, las ampollas que
cocinan su propia piel, los alimentos que llevan sal de todo el sudor de
un día y llegan a casa sonrientes, felices entregan un abrazo, y todos los
niños se consuelan en su regazo.
Esos poetas están en las esquinas, arman con sus miserias pequeños establos
para sobrevivir, llenan vasijas de agua viva, para éstos calores, donde la hiel
y el azúcar se convierten en sonrisas para el caminante, y luego, con sus cutes
viejos y el bolsillo con algunas
monedas, mitigan el hambre de un nuevo día, pero sus ojos llevan un brillo
extraño, parecen estrellas, pequeñas luciérnagas hambrientas de besos y
abrazos.
Aquéllos poetas son los que me gustan, valen más que cualquier vago en las
esquinas, que se apenan ante los demás del pobre, viven de marcas y vinos
caros, se arropan en los placeres mundanos sin saber cómo es que cuece la vida,
ni cómo se prepara un caldo de tortas que bajan del cielo.
El poeta Dandy no sabe pedir porque se avergüenza de sus hambres, se esconde para ver de lado, hace cualquier
ruido para ser advertido, con su negro rostro lleno de humos, que lo hacen
mitigar sus penas, con una familia que tal vez ni lo recuerde, mientras le roba al mundo cartones sucios, escobas mal
parqueadas, trozos de harapos para cubrir sus miserias.
Mis poetas arañan al mundo un cantar, se van con las tripas secas de llorar, de
gemir, de arrastrar sus cajones viejos que nadie ve, con llantas que no ruedan,
hombros que parecen rocas encendidas, ojos que ya no lagrimean, pues sus perlas
temen salir, y sus gritos se ahogan en todas las esquinas de mi país.
Benditos poetas, serán la miel en los trigales del cielo, vinieron a estar
aquí, sin consuelo, sufriendo lo indecible por vivir un rato más, en un hostil
planeta que no los recordará por estar buscando diamantes, lujos que no adornarán finalmente ninguna tumba,
ni calmarán el hambre. Muchos buscamos el hambre para estar delgados, mientras
ellos son delgados porque desprecian lo que otros necesitan, y tomamos más de
lo que merecemos.
A esos poetas va mi canto, mi pequeño trino de jilguero, desde mi árbol, donde
los canarios prisioneros saben cantar y no se buscan rimas en los versos, pues todos
mueren al caer la tarde, se duermen con ellos en los rincones, hediondos, con
todos los poemas de sus vidas, en los muladares escogidos para sembrar sus
aromas por otro rato, si acaso no los sacan
a empujones.
Sueñan con mesas llenas de vino, aquéllas dulzuras negadas, despiertan comiendo
torta blanca del cielo, estrellas vivas, con una sonrisa mueca, sin palabras,
pues ya todas han sido olvidadas, ni siquiera recuerdan que existe la palabra navidad,
prójimo, hermano…
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, octubre 1/13
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