martes, 1 de octubre de 2013

MI AMOR EL VIENTO [134]


MI AMOR, EL VIENTO [134]

Sí,  lo puedo advertir entre la brisa de cada día
mi amado Dios invisible para todos,

pero palpable en cada pluma,
sostenido en cada hoja que cae en los otoños,
para brotar en un segundo, más joven y radiante...

Lo puedo descubrir dentro de mi corazón.
Completa me siento, ante el brillo de sus ojos,
es un sol nuevo cada día...

Sí, a mi Señor del viento, que va y viene
llena mis pulmones de suspiros
y de aliento el corazón...

Lo siento a cada paso que doy.
Él me regaló la vida,

me donó un espacio en donde estar,
me dice que puedo continuar el viaje

tomada de su mano...

A mi esposo del cielo puedo consentir,
le puedo declamar mi amor con cada verso,
le puedo decir que Él nunca me traicionaría,
y me atrevo a colocar mi rostro en su regazo,

en todo tiempo.

Él nunca me escupiría el rostro…
Me acepta como soy,

me ama con todos mis pecados y flaquezas.

Me dice al oído alitas veloces,  

en un colibrí de todos los colores:
“No tengas miedo, pues mi sombra te persigue,
mis alas son de paloma que anidan en tu ventana...”

Está en mí y yo en Él, sin sentir temor del mañana
pues el mañana es hoy,

y el ayer no existe...

¿A quién tendré miedo?
No me asusta la soledad, no estoy sola,
ni aún en la penumbra más oscura
ni en el día de mi muerte cuando abra los ojos,
para descubrirme en un mundo diferente
volando entre las águilas…

No volveré a mirar atrás…
Marcharé con el rostro hacia las estrellas
sin maldecir ni renegar por la vida,
por el camino sembrado de perlas,
de gotas de rocío sobre las azaleas.

He de bendecir cada segundo,
toda persona que pase por mi lado
sin importar las marcas del camino,
las rocas puestas han sido una prueba,

¿será que pude pasar alguna?

Una serpiente se doblará en sí misma.
Nadie podrá tocarme…

Por tanto, si Él está conmigo y me protege,
sonreiré, sobre la roca, lanzaré mis gritos
aun cerrando los labios, Él me escuchará.

Mi Dios del viento habitará en mí,
en ti, en cada poema y cada historia,
abrigando la esperanza de su amor eterno,
y una sonrisa prisionera en el espejo de sus ojos
dará cuenta de un iris prometido,

surcando el cielo.

A Él lo puedo ver y escuchar en el trino de las aves.
¡Nunca más volveré a vivir asustada ni apenada!,
se ha llevado un huracán mis cargas,
y un rayo con su atronador sonido
las convirtió en cenizas,

para que pueda sonreír,
y pueda levantar con júbilo los brazos,
al saber que nunca más,

viviré con miedo.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, septiembre 29/13 









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