sábado, 5 de octubre de 2013

ENTRE PLUMAS Y AROMAS/A Mónica Lorenne [115]

 ENTRE PLUMAS Y AROMAS/a Mónica Lorenne [115]

Cualquier día me entretenía viendo entre las ramas;
tenía tantas cosas atoradas en mi pecho,
quise pintar una golondrina con palabras,
el tornasol mágico de sus azules entristeció la mirada
ya que  al tomarla del piso, una herida,
por el motivo único de ser hermosa,
ir en una bandada hacia el sitio del aroma,
por desear acompañar a ese inmenso grupo
hacia el mismo bordado de siempre,
oculto en algún rincón, en alguna morada gris
a donde las perlas vivas de su vientre
resucitarían a otra primavera.

Una amiga, Mónica Lorenne, tan pálida como yo…
Entristecida con todos los lunares y pasajes de su propia historia,
perdida en el horizonte insondable de sus penas, me habló al oído
con esa luz mágica de sus presencias y despedidas:

“Debes hacerlo, tienes que hacerlo, esa es tu misión en la vida,
debes poner voz a los mirlos, hablar por ellos,
decir al mundo que está errado, equivocado en su andar,
mientras los cara verdad flota con la brisa,
navegan en los mares, surca el cielo azul con sus alas abiertas,
corretea por unas praderas de cemento que ya no les pertenecen,
suben cuestas que han sido derribadas por el hombre”.

Comprendí al fin que tenía una misión,
que me estaba robando la belleza de sus trinos,
tenía muchas jaulas
para hurtar lo mágico de sus libertades
para que se parecieran un poco a mi cárcel,
y vivir con ellas.

Observaba cada roca del camino,
coleccionaba pequeñas caracolas,
escuchaba los sonidos de sus almas
escondidos en los rincones de sus casitas.

Me pregunté muchas veces:
¿Cómo se formaría el interior de una caracola?
¡Qué estuches tan divinos!,
perlados
fuertes
seguros…

Vi el rostro de un toro en el ruedo,
advertí sus angustias y  lágrimas,
tallé cada una de sus heridas sangrantes y las vi,
como a Jesús crucificado...

Entonces mi propósito se hizo claro
al divisar sobre una rama seca un colibrí,
tomaba aliento en una plástica flor puesta por el hombre,
engañado se ilusionó,
y se enamoró de ella cada día…

¡Dios mío!, lo dije con asombro,
no puedo creer lo que hacemos.

¡Perdóname!,
dale voz a mis labios y sentido a mis palabras.

Que ofrezca un poco de esperanza para mis niños cantores,
que no se apaguen sus voces
ni volvamos desierto las praderas…

Sentí pena por toda la sangre derramada,
y al voltear el rostro de nuevo,
la sangre se convirtió en rojas amapolas,
el odio y ambición continúa de venenos llena.

Pero nadie quiere ver  ni oír,
en tanto un rayo, una flecha de cupido se enreda,
lanza destellos de colores y los truenos se abrazan
para que sintamos temor de todos los aromas,
de todos los ojos que se han blanqueado,
de todas las hondas y flechas disparadas…

Pedí perdón con una semilla en mis manos,
con un azadón sobre el hombro
y un cántaro de miel bordeando mis labios,
viendo asomar flores nuevas y colibríes danzantes
y a pesar de tanto dolor
¡retornó la lluvia!,
y se llenó de nardos el campo…

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, octubre 4/13





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