CUANDO
ERAN NIÑAS [43]
Cuando
eran niñas mis hijas, su desnudez inspiraba ternura, y ahora que son unas
jovencitas, su desnudez me causa angustia, ¿será que soy una madre loca?, pero
mis niñas, mis flores, no quiero que nadie me las pisotee, pues sería como lanzar
mis azahares a los cerdos, y quiero para
ellas un hombre que las ame y valore, que nadie las abuse y las tire al fuego
porque son mis tesoros amados, eso le pido a Dios y mis pensamientos siempre
son públicos, aunque para Él, ni el más oscuro pensamiento es invisible.
Ahora
las veo correr… tienen mis prisas de ayer que a ningún sitio me llevaron, las
mismas ilusiones de amor que tal vez en el camino cambian, los mismos llantos
repetidos en otras almohadas, y ese deseo de salir adelante, de conseguir un
buen empleo, de culminar estudios, pero cada vez más lejano cada sueño, en un país donde la educación es demasiado
costosa para ser una realidad, la vida se nos va en una lucha eterna, y ellos
terminan endeudados con algo que debe ser financiado por el gobierno, con las
facilidades reales, para que los jóvenes puedan cumplir sus metas.
Mis
hijas, mi muchacho, cada día viene una angustia nueva, ayer sus amigos
entregados al vicio, ahora, tropezando una y otra vez contra la misma roca, me
dan pesar los chicos, pero más dolor me causa éste luchar tan enorme para que
ellos sean personas de bien, y en el camino el demonio los cerque, disfrazado
de amigos que a la larga son gente entrenada por los “malditos” que viven
dañando a los jóvenes, y ellos como unos pendejos se dejan llevar al cadalso
mansamente.
Siempre
he deseado cadenas fuertes contra quienes venden drogas y viven del dolor
ajeno, no hay angustia peor que la de un padre que se da cuenta que su hijo o
hijas están tomando el rumbo equivocado, y que sus amistades falsas sólo vienen
a invitarlos a lo indebido, que las patrañas que se inventa una sociedad
mezquina y sucia está ahí a la vuelta de la esquina, para dañar a los incautos
y corromper a los jóvenes con sexo, licor, drogas y dinero.
No
basta con doblar las rodillas, ni con llorar día a día, ni dar buen ejemplo,
pues en nuestro hogar levantamos los muros para sacar buenos hijos adelante,
pero en la calle los corrompe la putrefacta sociedad que nos acompaña,
hambrientos de dinero, insaciables como buitres tras la carroña, y esa carroña
es el dulce sabor de la vida de nuestros amados hijos.
Si
existen los ángeles, si existe Dios, a ellos les entrego la vida de mis hijos,
porque a veces no basta con nuestra labor diaria, ni con nuestros desvelos y esfuerzos
para que ellos puedan salir adelante, si las hienas los rodean para dañar sus
vidas y ellos se ayudan.
Mi
madre nombraba a San Benito, San Judas, San Miguel, a él, a todos los santos pido ayuda y protección
para mis hijos, pues son el único tesoro que poseo, y por ellos si es necesaria
mi vida para que puedan surgir, la ofrezco con todo el amor, pero que sean
felices sin que nadie los dañe en el
camino.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
21 octubre/13
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