LA
VOZ DEL VIENTO [105]
Era
un susurro a flores, en la mañana, y estaba ahí, sobre la cumbre, advirtiéndolo
entre los arbustos, ellas le regalaban besos con olor a rosas, a frescos lirios
y fragancia a durazno, mezclado entre la humedad de las montañas rojizas, y el
brote de las barbas largas de los santos, desde gajos elevados, pero arriba de
todo, el águila.
Me
lo advirtió el viento, que hoy habría lluvia nueva, que un brillo en los ojos
me delataría, un leve temblor en los labios, y de lejos vino una corriente
helada con sabor a mar, con sonidos de olas descompuestas, di cuenta de la
muerte, de un dolor que se acuña entre bosques, y un púrpura que se riega en
las ciudades y se expande como pequeño riachuelo, sin tener motivo, sin saber a
quién ahondar en su semilla, y ante el sol se torna oscuro como la noche, para
compadecerse de los musgos, quedándose ahí por siempre.
El
viento tiene voz, una voz pausada, pero una ópera triste escucho a veces, como
el rugido de un león herido, y corre presuroso, se convierte en un gigante
ovillo, tan enojado por falta de motivos, que arrasa con la suciedad que
advierte, para alejarse de nuevo, dejando sólo tristezas a su paso.
Ayer
me habló de sonidos conjugados, donde el amor se repetía en versos, y se
recitaba en oraciones, el corazón temblaba y una orquídea permanecía con la
humedad del bosque, tan ardiente, soberana de los robles, que me creí dueña de
su belleza y contemplé en silencio, tan solo en silencio, que de a poco sus
pétalos caían, y un colibrí de platinadas alas, marchaba, ante la falta de miel,
hacia otra flor.
No
hay tiempo, su voz me silencia un poco, temo herirte con un beso, pero el
viento asoma en un suspiro para implorar por un día mejor, donde sea apetecido
el traje que se detalla en el espejo, y la humedad de nuevo me hace parpadear y
ver hacia otro rincón, ahí las rocas parecen murmurarse sus amores, y un ave de
paso decide descansar.
Un
sonido en medio del silencio, un grito aterrador, almas que vienen y van, que
se perfuman y se alejan, los sauces parecen llorar bajo la lluvia, y las gotas,
son joyas juguetonas, van de rama en rama y el brillo de la vida me hace
sonreír.
Su
voz en éstos años con olor a nieve
empapada de tanto hedor, y otras, sembradas las montañas de inocentes en jaulas
enormes, tragando sus propios olores, y muriendo antes que vivir un rato,
correteando tras los grillos y los granos de maíz…
Pero
el sabio viento acosa, entre una cascada donde las rocas tienen gruesa voz,
advierte que se escucharán sonidos dentro de su propia voz, más no son suyas,
vienen del norte, donde rayos y centellas que no son de Dios, volverán oscuro
el cielo, y el azul intenso se teñirá de rojo color.
La
música retorna una vez más, las rodillas se doblan, de nuevo entre la voz, su
voz, mi voz, un suspiro, mi brisa vida, mi cantora flauta; el niño guadual
danza con sus largas hojas, levantan su mirada las águilas, y las veo regresar
a pesar del huracán violento que anuncia la voz del viento, entre las palmeras,
para luego buscar aliento en el corazón del mar.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
septiembre 8/13
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