ENTRE
CARDOS Y ROSAS [142]
Lo
sabía,
que
cada espina haría brotar una flor
y
en cada filo de navaja estaría un hombre
al
gotear de la lluvia espesa y roja,
al
caer de los pétalos...
Lo
sabía,
que
ya no estaba ni estabas...
Que
nada pasaría a la rosa, a pesar de las espinas
y
que los cardos tenían la misión sumisa de estar,
si
a pleno sol, a pesar de los vendavales de la vida,
sus
flores radiantes mirarían un ocaso...
Descubrí
un colibrí vestido de galas,
un
color mágico que en mi mente danza
y
con ese vuelo que me trajo el destino, me cubro,
se
ahonda en el mar de mis silencios la vida
y
simplemente callo.
Un
nido,
una
esperanza entre perlas blancas
y en
medio de tanta espina y daga anidaron.
En
medio de tanto dolor,
surgió
entre las sombras
el
brillo de un pico abierto,
donde
los encendidos colores
avistaban
un regalo del cielo
para
su descanso.
Y ahora,
lo sé también,
descubro
que nada pasa porque si,
una
misión tenemos en el instante de los rayos,
un
trabajo al momento de la lluvia,
una
oración al caer la tarde,
al
sonar triste de campanas.
Sin
voltear atrás, un paso sigue al otro.
Nada
queda rezagado, todo debía pasar,
estaba
escrito en el gran libro, /el de la niña de ayer
que
volaría mi águila cuando dormía,
y
mi pequeño gorrión pintaría de púrpura sus alas
para
renovarse en otro cielo,
en
otro espacio más azul.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
septiembre 1/13
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