AQUÍ [43]
Cerca de ti
y apartada del ruido, las gallinas tienen nombre, y el caldo con pedazos
de sol, se reparte entre todos, quedan los rostros contentos y el corazón se
conmueve ante el brote de una flor, aunque hubiese miles.
Es mi casa de campo, donde florecen los
árboles cerca de la cocina, y se muele el maíz para fabricar sueños, y chicha,
para vencernos con los cachetes rojos en cualquier esquina.
Se recogen trozos de madera que el árbol
desecha, y con ellas se conserva el calor del hogar, siempre con una sonrisa en
los labios y un brillo inigualable en los ojos.
Hablé cierto día, y entre todos estaban ellos,
fue tan poco el sueño, que la parcela pasó a manos ajenas, en donde solo
importa la boñiga del ganado cebado, y sembrar pollos para la cazuela.
El olor del bosque se consume, se fabrica vida para dar muerte, casi tan
pronto, tan veloz como un suspiro apiñado entre el calor y el estiércol, casi
que alimentados con sus mismos desechos, y esa labor del campo tan bonita,
pareciera irse extinguiendo.
Levanta las manos mi abuela, con su llamado
entre susurros de amores, y todas sus caricaticas atienden por su nombre, todos
los colores, entre plumas que se agitan con el viento, parecieran adorar la
vida, sin más sueño que corretear a los grillos y hacer el bosque pequeño.
Escucho balar una oveja, un chivo corretea a
un perro, un pavo ha sido enseñado a jugar con los niños, y todos corremos ante
sus alas abiertas.
¡Dulce y encantador bosque!, ¿me regalarás al
fin un poco de tu huerto?
Cultivaré begonias y margaritas para
recordarla, la planta de guacas para volver picantes los alimentos y dar ese
sabor inigualable a las sopas de maíz.
¿Podré llevar un café caliente a quien pase
por ahí?, ¿o seguiré bajo mi árbol, el mamoncillo que creció conmigo a la
fuerza, y me acompaña un rato más a subir la cuesta?
¡Dame las alpargatas que están bajo la cama!,
también el poncho y un azadón, antes de la revuelta, ¡déjame luchar por lo que
amo!, sembrar nuevos bosques, pintar de
colores mi huerta, que combine con todos los árboles y ramas, sin convertir la
vida en maleza, para matar con sus venenos.
Aquí en medio del bosque, he soñado tomada de
tu mano, pueden ser azules las perlas o negras como venado, o tal vez una
espiga dorada como el sol me quite el sueño, o un poco de miel bebida de tus labios
me desvanezca.
Y entretenida, vago esperando por ti para
calzarme unos zapatos livianos y adornar mi cuello con semillas de colores, si
un rosario de aves veo surcar el cielo, y mi sueño dibuje con tus azahares.
Será mi huerto tu pecho, será mi fronda tus
ojos, será el bosque tus besos, será al fin la vida, ¡cantares!...
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, septiembre 22/13
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