AL
BOSQUE [114]
Al
señor que se esconde entre verdes ramas,
le pedí un deseo
cayeron
hojas doradas en otoño,
brotaron lirios en invierno...
Le
supliqué para que la lluvia cesara
pero
mis ojos se inundan cada mañana
con
su recuerdo.
A
mi bosque amado le pedí una estrella,
se
encariñó tanto conmigo,
que
me dejó dos rosas en el cielo
y
cada atardecer las veo,
volar
como gorriones
y
en cada noche las descubro,
entre
luces de colores.
¡Le
pedí tanto, y tanto me ha dado!...
Cada
perla se convierte en un rosario
donde
los besos madrigales fueron,
y
los amores,
talles
sobre los troncos viejos.
Fue
la brisa y el cantar del toche sobre los platanales
y
el nido tejido con gracia y hermosura, un nicho abrigado,
en
donde caben todas las bellezas del alma.
Fue
el sudor de la madre tierra,
un
olor confundido en todos los olores
mezclados
con el sudor agridulce del labriego,
el
canto de los grillos y el jilguero,
las
pequeñas ranas que entre las bromelias,
parecían
pequeñas flores saltarinas.
Mi
bosque de infinita gracia,
¡tan
lleno de colores y tristezas!
Un
púrpura sobresale en la maleza,
una
paloma herida sin motivo,
una
lanza con doble filo,
sus
gritos que se ocultaron entre los ojos de un búho
que
prefirió guardarse en su madriguera y llorar un poco.
Tomó
el llanto de las orquídeas,
conoció
del paso del caminante descalzo,
el
musgo con su olor inconfundible,
la
humedad, el nacimiento de un riachuelo,
el
gran caballero de muchos años
vencido
y agotado bajar por los cerros
para
ser convertido en vástagos para lanzar al fuego...
Al
bosque le debo lo que soy, lo que amo, lo que anhelo...
Tambores
repican a lo lejos,
como
almas solas que buscan consuelo.
Gritando,
vago cada día,
deseando
un alma sola para que tropiece conmigo
pero
estás aquí, en la espuma de la cascada.
Recorres
senderos rocosos
y
los rayos tibios del astro rey bajan,
sin
confundirse para volver dorados mis sueños.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
septiembre 7/13
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