martes, 4 de junio de 2013

MI ÁRBOL (145)

MI ÁRBOL [145]

Alguien recordó hoy que debía hablar de él, mi árbol. Lo adopté hace muchos años, dije que nunca lo derribaría, mi mano no tocaría una sola de sus ramas.  Ahora recuerdo muchas cosas de él; fue la mejor semilla de un mamoncillo que trajo mi esposo de la Guajira, parecía un limón, tan deliciosa su carne rosada, que al llevar a la boca todo fue dulzura, y me enamoré enseguida de sus semillas, las cuales quise sembrar aquí o allá, pero adopté la mía, ella sería igual a mí, estaría en los buenos y malos momentos de mi vida y también dedicaría muchas horas, a escuchar todas las voces que provenían de ahí.

Cierto día, de aquéllos en que todo nos sale mal, la salida de la finca con mucha tristeza, la llegada a una casa que nunca fue mía, con mis perritos hambrientos y mi soledad interior, mis fracasos uno tras otro y levantarme a recitar una oración, a buscar a mi princesa hermosa que era quien me consolaba y bajo su cobijo de enorme roble que conocía todo de la vida, me sostuve, y continué mi camino, dándome cuenta que sus oraciones eran milagrosas y que podía contar con ellas, pues ningún daño me tocaría tanto, que no pudiera levantarme de nuevo.

Recuerdo de aquélla triste vez con mis harapos a tiro, con mis chécheres viejos de aquí para allá, tanto maltrato y desconsuelo, siempre buscando la manera de ser feliz con mis niños a pesar de la crítica, de la pesadez que a ratos nos vuelve indolentes ante los problemas de los demás y nos hace cometer terribles injusticias, venía a mi casa que había dejado en alquiler, pero también fue un desastre, esas personas me arruinaron todo, derribaron los árboles frutales del patio, y bueno, venía tan triste a ver si la inmobiliaria los había sacado, cuando una sorpresa me espera. Mi hermoso árbol de mamón que había sembrado en la puerta no estaba, éste golpe fue terrible para mí, me senté en un andén cerca de mi casa, no pude controlar mi llanto  y desconsuelo, esto fue la tapa de todo, no creí que me doliera tanto, y  volví sobre mis pasos, el único motivo era que tenían que colocar un pequeño aviso: “SE HACEN TRABAJOS EN COMPUTADOR”, y por esto le dieron segueta a mi precioso árbol, dejándolo a ras de piso.

Imagino que le echarían agua caliente, pero lo cierto fue que a los pocos días regresé de nuevo, y para mi sorpresa, esa gente se había ido, y de las fuerzas que le quedaron en sus raíces, empezaron a salir pequeños brotes que hoy convierten a mi árbol en un ejemplo para mí de fortaleza y superación.

Creo que los dos estábamos igual, tristes, dolidos, abatidos ante la vida, pero el maravilloso sol, que es el Dios dueño de ella, y que nos consuela, nos reanimó, nos hizo levantar el rostro, y entonces me abrazo a él con disimulo, de vez en cuando, pues aquí todo el que hace algo, dicen que es un “raro” o un “loco”. Ahí encontré a Yayita comiendo de sus frutos, por ahí pasó un águila, un gorrión, anidan las pequeñas palomas, bota sus hojas dejando el piso lleno de amarillos y verdes maravillosos y descubre sus ramas como un niño nuevo, vestido de  mágicos verdores, que desea estar, ser , crecer y morir en su tiempo, como debe ser la ley de la vida para todos.

Recuerdo aquí la foto que le tomé a mi muchachito Anderson besando a Verónica y su ingenua sonrisa, un beso de mentiras para una foto, pero un recuerdo que perdurará para siempre.

Aquí compartí con mis niños su nacimiento, su niñez preciosa, su juventud, un abrazo con alguien, una pequeña historia, una carcajada, un trago dulce o amargo, un café caliente con mis padres.

En mi casa murió mi viejo y me acompaña su silencio muchas horas y segundos, como un ángel de luz sobre mis hombros.
Conchita me hizo recordar que todos debemos tener un árbol, alguien que se nos parezca, ha de ser nuestro propio interior, pero tengo el mío, maravilloso, enorme, de grandes ramas.  Siempre alguien dice que le pode, pero no lo heriré una vez más, dejaré que el tiempo se encargue de él, pues su crecimiento tiene que ver con mi propia vida y su muerte también.

Ahora mismo todas las aves están silenciosas, pero mañana, al amanecer, él se encargará de recordarme que tengo mis obligaciones pendientes, mientras aferrado a su propia cárcel como la mía, se limita a ser y estar, componiendo versos con la brisa que viene del Río Magdalena y entonando cánticos, con todas las aves que buscan un remanso bajo su alar.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, junio 1/13

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