MI
ÁRBOL [145]
Alguien
recordó hoy que debía hablar de él, mi árbol. Lo adopté hace muchos años, dije
que nunca lo derribaría, mi mano no tocaría una sola de sus ramas. Ahora recuerdo muchas cosas de él; fue la
mejor semilla de un mamoncillo que trajo mi esposo de la Guajira, parecía un
limón, tan deliciosa su carne rosada, que al llevar a la boca todo fue dulzura,
y me enamoré enseguida de sus semillas, las cuales quise sembrar aquí o allá,
pero adopté la mía, ella sería igual a mí, estaría en los buenos y malos
momentos de mi vida y también dedicaría muchas horas, a escuchar todas las
voces que provenían de ahí.
Cierto
día, de aquéllos en que todo nos sale mal, la salida de la finca con mucha
tristeza, la llegada a una casa que nunca fue mía, con mis perritos hambrientos
y mi soledad interior, mis fracasos uno tras otro y levantarme a recitar una
oración, a buscar a mi princesa hermosa que era quien me consolaba y bajo su
cobijo de enorme roble que conocía todo de la vida, me sostuve, y continué mi
camino, dándome cuenta que sus oraciones eran milagrosas y que podía contar con
ellas, pues ningún daño me tocaría tanto, que no pudiera levantarme de nuevo.
Recuerdo
de aquélla triste vez con mis harapos a tiro, con mis chécheres viejos de aquí para
allá, tanto maltrato y desconsuelo, siempre buscando la manera de ser feliz con
mis niños a pesar de la crítica, de la pesadez que a ratos nos vuelve indolentes
ante los problemas de los demás y nos hace cometer terribles injusticias, venía
a mi casa que había dejado en alquiler, pero también fue un desastre, esas
personas me arruinaron todo, derribaron los árboles frutales del patio, y bueno,
venía tan triste a ver si la inmobiliaria los había sacado, cuando una sorpresa
me espera. Mi hermoso árbol de mamón que había sembrado en la puerta no estaba,
éste golpe fue terrible para mí, me senté en un andén cerca de mi casa, no pude
controlar mi llanto y desconsuelo, esto
fue la tapa de todo, no creí que me doliera tanto, y volví sobre mis pasos, el único motivo era
que tenían que colocar un pequeño aviso: “SE HACEN TRABAJOS EN COMPUTADOR”, y
por esto le dieron segueta a mi precioso árbol, dejándolo a ras de piso.
Imagino
que le echarían agua caliente, pero lo cierto fue que a los pocos días regresé
de nuevo, y para mi sorpresa, esa gente se había ido, y de las fuerzas que le
quedaron en sus raíces, empezaron a salir pequeños brotes que hoy convierten a
mi árbol en un ejemplo para mí de fortaleza y superación.
Creo
que los dos estábamos igual, tristes, dolidos, abatidos ante la vida, pero el
maravilloso sol, que es el Dios dueño de ella, y que nos consuela, nos reanimó,
nos hizo levantar el rostro, y entonces me abrazo a él con disimulo, de vez en
cuando, pues aquí todo el que hace algo, dicen que es un “raro” o un “loco”. Ahí
encontré a Yayita comiendo de sus frutos, por ahí pasó un águila, un gorrión,
anidan las pequeñas palomas, bota sus hojas dejando el piso lleno de amarillos
y verdes maravillosos y descubre sus ramas como un niño nuevo, vestido de mágicos verdores, que desea estar, ser ,
crecer y morir en su tiempo, como debe ser la ley de la vida para todos.
Recuerdo
aquí la foto que le tomé a mi muchachito Anderson besando a Verónica y su
ingenua sonrisa, un beso de mentiras para una foto, pero un recuerdo que
perdurará para siempre.
Aquí
compartí con mis niños su nacimiento, su niñez preciosa, su juventud, un abrazo
con alguien, una pequeña historia, una carcajada, un trago dulce o amargo, un
café caliente con mis padres.
En
mi casa murió mi viejo y me acompaña su silencio muchas horas y segundos, como
un ángel de luz sobre mis hombros.
Conchita
me hizo recordar que todos debemos tener un árbol, alguien que se nos parezca,
ha de ser nuestro propio interior, pero tengo el mío, maravilloso, enorme, de
grandes ramas. Siempre alguien dice que le
pode, pero no lo heriré una vez más, dejaré que el tiempo se encargue de él,
pues su crecimiento tiene que ver con mi propia vida y su muerte también.
Ahora
mismo todas las aves están silenciosas, pero mañana, al amanecer, él se
encargará de recordarme que tengo mis obligaciones pendientes, mientras aferrado
a su propia cárcel como la mía, se limita a ser y estar, componiendo versos con
la brisa que viene del Río Magdalena y entonando cánticos, con todas las aves
que buscan un remanso bajo su alar.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
junio 1/13
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