EL
RUEDO [150]
Abre
una pequeña puerta para que entre,
más
al continuar con mi fuerza y valentía,
/sus
gritos son elegías a la muerte.
Escucho entre la multitud sus carcajadas,
el
licor emborracha y envenena sus almas
y
elevan sus copas, muestran su interior
mientras
estoy a merced de sus espadas.
¡No
huyas cobarde!...
Me
has arrinconado y no tengo a donde ir,
clavas
una y otra vez tu daga sobre mi lomo,
ríes
del color pálido de mi vida.
Parezco
manantial enrojecido
dejando
níveos amaneceres en mis ojos
donde
no aparecerás.
Tus
brillos enceguecen mi alma y trato de danzar.
Bramo
con un desgarrador mugir que viene de arriba
y
ante mi furor, levantas tu espada de nuevo,
tu
lengua pervierte mi desnudez
y
se aniquila mi voz.
Mis
ojos no sangran perlas de sal.
Mi
boca es una mueca silenciosa,
mis
heridas quedaron abiertas para todos.
Escucho
sus voces arrogantes y sus risas malévolas.
Felices
quedaron al dejar mi vida expuesta,
y
mi voz enmudecida.
He
pagado mi culpa por amar.
Mis
praderas ya no son verdes.
Perdido
estoy entre azules y celestes;
los
blancos me pertenecen y soy parte de la aurora.
El
dolor… ¿existe el dolor aquí?...
Coloca
mi cabeza de adorno,
ríe
a carcajadas por el ardor causado.
Serás
el Quijote de tu propia historia
valiente
loco que de mi agonía vives,
y
de las rosas rojas de mi sangre te ufanas.
Queda
entre las rocas del bosque mi alegría,
los
suspiros de un amor que danza risas locas.
Huyo
hacia los cerros donde anida el águila
y
me dejo llevar de su cayado, mansamente…
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
junio 4/13
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