TE BUSCO (55)
En la soledad de mi aposento, si a mirar el cielo
me atengo y creo que eres la estrella luminosa que me acompaña y permanece como
una lágrima colgada de mis ojos.
Te busco en el camino recorrido, en las frases que
dejaste en una pequeña y deshojada libreta donde tus huellas se estampan con
pasos cansados, abrumados de tristezas.
En el sinsonte cantor que se robó un ocioso, que trina
en cualquier ventana, en el vencejo que busca una primavera sin hallarla, y en
mis propios agobiados pensamientos.
En el mar azul, donde a veces despiadado me castiga. De sus aguas mansas tal vez uno que otro arrullo, pero de sus turbulencias, mi
vida.
¿En dónde no he de buscarte madre?, te buscaré en el último ocaso,
donde me entretuve con las caracolas de la playa y olvidé darte la mano, pues
me llamaba el sol, y esas extrañas voces lejanas que murmuraron amores que no
fueron.
Te busco ahora que no estás… te extraño y deseo
partir, pero mis manos sólo dejan caer una que otra letra al descuido,
esperando que mi viaje sea un sueño placentero sin más pedir.
En la alondra que descansa un momento en una rama,
en el colibrí que pasa veloz y un abanico de sus alas me regala, pero que
marcha raudo como ha llegado.
En el amigo que marchó tras las brisas de mayo, en la
sombra que me descubre viéndome al espejo, y cree dibujarte con la misma triste
sonrisa, con las manos ansiosas de una caricia y los labios en espera de un
beso.
Soy un potrillo buscando en tus aguas un consuelo, en el
recuerdo de tu presencia por mi casa, en un traje guardando tu perfume, en el
sueño de un mañana donde estemos…
Y al buscar tanto, me he perdido entre las olas de mi
impaciencia. ¿De qué manera calmaré éste dolor de ausencia que cada día quiebra mis
alas?
Los miro a todos, escucho voces que con sus dagas me inflaman, me hieren, y entonces me pregunto: ¿para qué existo?...
Los miro a todos, escucho voces que con sus dagas me inflaman, me hieren, y entonces me pregunto: ¿para qué existo?...
No vale la pena seguir soñando alegrías, si ellas se fueron contigo, si marcharon
entre tus brazos en incierto día. Ahí esperaba un viaje al mirar nubes
pasajeras, y ver salir el sol cada mañana a buscar rosas blancas en un huerto
lejano.
Pero fue a mí a quien dejaste pálida, tan blanca como
un cirio esperando por el brillo de tus amados ojos que ya no lloran, se
tallaron en el verano de mi existencia, se fueron tras las estrellas de la noche, errantes, tristes, lejanos...
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, mayo 21/13
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