miércoles, 1 de mayo de 2013

ME RINDO (187)

ME RINDO (187)

Navego de nuevo en el silencio, tan rico y oloroso, suave como la caricia de una madre, y abro mis alas al infinito, me dejo llevar de la cálida  brisa, del ruido leve de un ventilador como los sueños, tímidos y pálidos. 

Parezco garza blanca que en invierno levanta vuelo, y el huracán necio tuerce su sendero.

Aquí estoy de nuevo, nada es triste… ¡nada es pálido!…
No es la felicidad el motivo de la vida, y de eso nos enteramos tarde, nos reflejamos en la palidez de nuestra propia sombra, y seguimos buscando en un huerto desnudo, esa pequeña flor de la esperanza.

Tibio amanecer me encontró pensando en el amor…
En esa ausencia que nos toma temblorosas, y dije al viento, que seguiría enviándole suspiros del alma, besos desde éste desnudo corazón, sobre la propia lápida, que alguna vez llené de rosas blancas.

Pero tal vez no duela tanto tu desaire, ni duelan las heridas abiertas, ni tanto, que todos se enteren de mis cosas, de mi alma volando en otras aguas, en estanques donde la suciedad habita, y continúe como Flor de Loto, con el rostro oculto en sus verdades,
para desnudarles ante un sol naciente.

¡Me rindo!, cierro mis labios y detallo nuevos verdores, otras flores esperan por mis manos, tal vez una caricia necia, una palabra en mal tiempo, vencida la rosa por los años, perfumando en un huerto lleno de mentira y falsedad, pero igual, nada negado su perfume, nada oculta la vanidad en éstos tiempos, donde una oración nos enmudece y la parca  nos busca tan seguido, tan perseverante a ratos, que nos es fácil perdonar, pues tenemos miedo.

Y así, amanecida en tus amores, cielo mío, mi amante de luces de colores, a ti, sólo a ti doblego mis rodillas. A esa luz violeta en mi ventana, aunque cerrada permanece abierta para ti,  y ese rayo es una perla de los mares que penetra, para desvelarme y hablar contigo, en la soledad de mi aposento, en éste tiempo que te pertenece.

  Una sierva herida te conmueve, vienes a conversar conmigo, tomas mis manos y me acaricias, te llevas las sombras de mi estancia, tan oscuras y perversas, alejando de mí lo que daña, para llenarme  de nuevo en tu mirada limpia, y saber que eres tú mi alegría y mi consuelo, tan buscado, tan aquí siempre, tan a ratos olvidado.

Sí… ¡me rindo!…

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla mayo 1/13



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