ERIKA ODETTE (181)
En un bosque
sembrado de pinos
sembrado de pinos
con sus alas
de duendecilla gris;
un abanico formó
de duendecilla gris;
un abanico formó
con sus lindas alas.
Una princesa
dadora de vida,
dadora de vida,
se antojó
de un huerto
para ser feliz.
de un huerto
para ser feliz.
Dobló sus alas
al sol de ese día,
al sol de ese día,
la flor más linda
que nadie veía.
que nadie veía.
Un rosal
combinaba
con sus bonitos ojos,
combinaba
con sus bonitos ojos,
una estrella,
con su simpatía.
con su simpatía.
Y en día gris,
que a tantos nos pasa,
que a tantos nos pasa,
de la honda
un fuerte dolor.
un fuerte dolor.
Cuando más feliz,
se tornó más triste;
se tornó más triste;
y sin volar más,
la escuché gemir.
la escuché gemir.
Providencia dijo:
“le daré una mano”
“le daré una mano”
y de sus heridas
la parda luna
la parda luna
con leves gemidos
le hizo cantar.
le hizo cantar.
Entre besos y besos,
suspiros y suspiros,
un pequeño nido
de esponjadas plumas
de esponjadas plumas
cubre su finura
y su rico andar.
y su rico andar.
Ya en la tarde,
la duendecilla
la duendecilla
que de puro noble
a nadie dañará;
a nadie dañará;
un leve suspiro
le envía a la luna,
le envía a la luna,
y el palomo entonces
comienza a danzar.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, abril 1/13
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