jueves, 23 de mayo de 2013

EL GALLO DE PEDRO (46)

El gallo de Pedro. Envenenado may23/13


EL GALLO DE PEDRO (46)


Ayer subió a la copa del árbol, le gustaba desde allá ver todo, aunque las montañas estaban lejanas, pero podía detallar el cielo y las estrellas.

Antes de dormir invitó a sus nuevas esposas a su habitación, mientras él decidió ocupar ese sitio de siempre, tal vez desde allá su esposa lo viera, o esa estrella más brillante fuera ella. 

Agradeció por el hecho de existir, de que alguien le permitiera vivir un poco más, sin verlo como parte de su comida diaria, y ese gran amor que le brindaban día a día, era su tesoro más preciado.

Sus rojas plumas estaban más lúcidas, su mirada más brillante, desde el amanecer observó que el sol tenía algo especial para él, y con prisas bajó a regalar a sus niñas un contento que caía de algún sitio…

Poco a poco tomaron los granos que los vecinos lanzaron, poco a poco se fueron desvaneciendo los sueños y no comprendía aquél dolor, la imagen de sus pequeñas revolcándose en el piso, sólo estiró sus dorados pies y se quedó viendo al horizonte, ya no sabría más de mezquindades, los odios de la vida, las miserias del hombre quedaban atrás, olvidadas, y elevándose como una pluma, se descubrió en otro sitio, en otro huerto donde el hombre no estaría, en un inmenso bosque, ahí los azules y los blancos poblaban su vida y la luminosidad de un nuevo sendero, cobijaría nuevas crías de luz y fantasía.

Sus pequeños quedaron ahí, se salvó el bebé de la historia, su hijo con la copetona, se salvó una de sus princesas, mientras escuchaba carcajadas, y veía ojos que asomaban a escondidas desde un paredón, en donde el amor se convirtió en odio, por el hecho de cantar, ese don divino que le fue regalado, por el hecho de agradecer cada mañana por estar ahí, en ese sitio de privilegio donde no le hacía daño a nadie, sino que enseñaba a otros la tarea del amor.

Colgados sobre las ramas permanecen, en una sepultura que no tuvo tierra sobre sus alas, en una libertad programada por su dueño, para que la pestilencia de su cuerpo y el hedor de sus carnes conmoviera a quienes los asesinaron.

El sol de nuevo implacable empezará su tarea de abrigar, y Pedro, con un nuevo dolor de cabeza, con otro asombro, se deprime un poco más cada día, siempre desde que llegó a Barranquilla, sus vecinos envidiosos le han hecho la guerra, todo lo que él propone se destruye, y el daño que hicieron a unos inocentes, lo ha enmudecido, hasta el punto de no confiar en muchas personas a las que ha servido durante  toda una vida de trabajos, de fiados, de facilidades para que puedan construir sus viviendas, entregando su confianza y amistad que se quiebra una, y otra vez, con pequeñas historias que no se han contado.

¿Pagaremos por el daño que hacemos a otros? ¿Quién es realmente mi prójimo?... Mi próximo, tiene plumas, tiene piel, camina por ahí a la par con nosotros, su muerte no es diferente a la nuestra. Mi Jefe propuso una historia de vida para cada ser que habita el planeta, pero las actitudes malvadas del hombre destruyen su obra.


El recuerdo de un animal pateado, de un vehículo pasando por encima de un perro, una honda sobre un ave que sólo trinaba, una tortuga que cruelmente se asesina introduciéndole en agua hirviendo, una iguana a la que se le abre el vientre para robar sus huevos y se deja así para que muera lentamente, un búho asesinado porque dizque es ave del mal agüero, es tanta la maldad que hay en el mundo, que me atrevo a decir que quien marcha es más feliz.

Q.E.P.D. El Gallo de Pedro, sus esposas y sus hijos, pero también que tengan un sueño tranquilo las personas que hacen daño a la naturaleza.

 ¿Será que alguien que asesina a un inocente, puede dormir tranquilo?

Sus carcajadas hieren, pero la cuenta la tenemos que pagar antes de marchar. 

En éste gran restaurante llamado Planeta Tierra, para mi Jefe las cuentas son claras.

FIN

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, mayo 23/13














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