viernes, 5 de abril de 2013

DOÑA NATIVIDAD [132]

DOÑA NATIVIDAD [132]



De la anciana recuerdo el brillo de sus ojos, tan azules y brillantes que parecían los de una niña, también esas pecas que llenaban sus brazos y piernas, y el rollito de cabellos blancos amarrado detrás de su cabeza, sostenido con un peine negro.



Todo era antiguo, su traje que parecía que había nacido con ella, pues siempre le veía el mismo, tal vez lo planchaba con esas planchas a las que echaban carbones encendidos. Mi madre alguna vez tuvo una de esas, y después se la cambiaron por una de gasolina hasta que llegaron las modernas eléctricas.



Era la abuela de los Suárez, de Gloriecita, y el resto de muchachos, los mejores amigos de mis padres, tuvieron tantos amigos, pero ellos fueron vecinos y aún hoy con mi madre de 85 años, los nombraba y fueron compadres, de esos inseparables que ni el tiempo, la pobreza, las rachas y los malos vientos cambian por nada.

Sus compadres fallecieron: doña Bernarda y Don Campo Elías, gente tan buena poco he conocido, gente tan humilde y dulce se extingue de a poco y sólo nos quedan los recuerdos de éstos seres humanos maravillosos, que nacieron para ser ángeles y como tales marcharon, en medio de sus dolores terribles, sus cegueras y mutilaciones, sin renegar por nada, como marchó Don Campo Elías, siempre con esa alegría y nobleza que pocos hombres tienenm y ella, en medio de su ceguera hablando con dulzura, sin ese enojo que nos toman éstos nuevos tiempos, con esa felicidad de los novios viejos, esas flores que adornaban los balcones del pueblo y que las jóvenes sembraban, para que apareciera un pretendiente, un novio que les endulzara la vida. Así se vieron siempre, una pareja de novios hasta el final, un jarrón lleno de flores, sin importar la estación del año.

La anciana era un dechado de virtudes, no puedo dejar de hablar de ella, pues para mi madre era una santa que nadie canonizaría nunca, pero ella bien lo sabía, pues casi se la llevaba el viento, pero la luz divina la sostenía.

Muchas veces llegaba a casa sin que nadie la llamara; mi familia 17 hermanos fabricados con los mismos chorotes decían ellos, y la abuela, oportuna en el momento en que más necesitada estaba mami de ayuda, llegaba, como un ángel, sin esperar nada, ni siquiera alimento, y esto quiero dejarlo bien claro: "Agua sal solamente doña Socorrito", así limpia, con sólo cebolla, de los caldos de la virgen que alimenta pobres, de esos caldos de un poeta, cabezas blancas para llenar estómagos hambrientos que terminan acostumbrándose, y después no comen más nada.

De esas benditas lunas quiero yo doña Socorrito, las cebollas del poeta Español Miguel Hernández, y ahora que le hicieron una antología, pude apreciar la grandeza de sus obras y por ésta razón al nombrar "Las Nanas de la cebolla", recordé a la anciana amiga de mis padres.

Siempre le colaboraba lavando loza, recogiendo aquí o allá, mi madre hablaba mucho de ella, pero muchas cosas he olvidado, quedó claro que éste ángel llamado Doña Nativa, nació para hacer el bien sin esperar nada a cambio.

Y así lo hacia en muchas casas, sólo esperaba el caldo, agua con sal y cebollas y un poquito de aceite, para sobrevivir tantos inviernos. De su final no sé… simplemente la paloma voló sin hacer ruido, dormida en un duro lecho y unas cuantas mantas de lana encima, tal vez con el olor a viejito que guardan los rincones olvidados, pero a ésta dulce mujer tuvieron que amarla muchos, pues el encanto de su persona y su humildad, brilló como la luz de un nuevo día, alegrando la vida de aquéllos que necesitaban una Nana bajada del cielo, para que con sus temblorosas manos colaborara en los quehaceres de alguien, y aliviara sus cargas,  sin que nadie le llamara.

Bendita mujer, linda anciana que se adornó de sentimientos para pasar como una golondrina… sólo pasar, sin ser advertida…

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, abril 5/13

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