LA
HORMIGA [45]
Sembradora en la aridez del desierto,
de verde se visten las pampas y montes,
elaboro con mi pequeñez grandes obras
y el líquido precioso del cielo
penetra mis surcos,
hace
brotar flores, donde ayer sólo muerte
y ausencia de manos para arar y abonar.
A ratos, sin creer en nada, dibujo caminos,
pareciera que sin pensar tengo un motivo
una sombra me persigue,
un alar reposa sobre mi nido.
Sigo, avanzo paso a paso…
Tal vez algún día me pisotees
aún herida, otras manos me levantarán,
y veré en sus diminutos dedos,
a
una hermana en mi propio andar.
Deja tus rosas para que pueda sentirme feliz,
con ellas un rico manjar llevaré a mi princesa,
quien me donó la vida y sólo vive por ello,
en un escondido rincón, casi olvidada,
sin observar de su tiempo su estrella
ni
un lucero…
Déjame ser, que mi tiempo es vida.
Vine a sembrar donde otros destruyen.
Déjame probar un pedazo del verdor de tu olivo
que mañana verás cómo retoñarán las praderas
y
él estará más vivo.
Guarda el vino para mañana
me
emborracharé tanto,
que
otro motivo verás bajo mi sombra;
un surco de guerreras muchileras
con grandes maletas sobre sus hombros.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 16/13
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