Casa de campo-Santander del Sur-Colombia.
EL
INGENIERO 4 [51]
Pasó el devastador huracán,
de a poco robó todo lo que amaba
de ese rincón tan querido,
donde
el mar le arrullaba cada día,
los ojos de sus chiquillos eran desnudos luceros
con sus trajes ennegrecidos y sus dientes blancos
parecían albugíneas nubes,
que
veía siempre desde su lejano espacio.
¿Acaso imaginó que una gran ola le robaría todo?
¡Labró tantos caminos!
Hartos sueños en medio de surcos de sal de vida
de blancura infinita, de índigos que llenaban sus ojos de lágrimas
de gemidos en las noches anhelando un son de tambor,
una dulzaina, la guaracha.
El ingeniero sabía que su casa estaba sobre el nimbo,
que su alero de cartón, no aguantaría más inviernos ni aguaceros,
tendría que matar su hambre de vivir en cualquier otro sitio
pero su destino fue obligado…
Las
olas no necesitaban de su tristeza
y decidió que hurtaría todas sus perlas
para esconderlas en el mar.
Decidió marchar, nada había quedado.
Su negra suerte semejaba la oscuridad de la noche
con aquéllos ojos tan divinos que tanto amó…
Sus muchachos,
los
morenos de las esquinas
robando
un poco de calor en el fogón
donde
se asaban cada día los peces de colores
y ellos, danzaban tan felices
con
el horizonte de unos ojos vigilantes
pegados
de los suyos.
Ya todo cambió… sus pieles se perdieron cualquier día
abrazados de su buena madre gritaron tanto, que nadie los escuchó,
y ese rugido del mar, era un león herido que reclamó lo suyo
en una tarde de invierno,
mientras
él vio desde lejos que su casita de cartón
se la llevaba el viento.
Caminó descalzo sin saber a dónde ir,
descansó a la vera de cualquier camino,
se volvió poeta,
se
encerró en un rancho,
inició
con sus manos curtidas
a
fabricar melodías en el viento
y
el llanto le hizo levantar el rostro al sol.
¡Ya verás mi negra!…
¡Serás
siempre recordada!…
Nadie
olvidará la gaita,
aquí nacerá la cumbia
en
medio del frío y la humedad de los cerros
donde el mar estará lejano,
pero
tú, estrella mía,
estarás
fija cada mañana,
cada atardecer,
al
lucero gigante aparecer iluminando mi vida,
y
sabré que eres tú con ellos
que me esperan cualquier día, si me obliga la soledad
o si este destino cruel se apiada de mí
nos
encontraremos contando estrellitas de mar
en
medio de un lecho de corales.
Poco a poco el cañaduzal se adueñó de él…
El llanto de la brisa provocó un olor a orquídeas que bajaban de los cerros
el musgo, el ocaso, la lluvia de nuevo se veía caer…
Dicen que arriba de la montaña,
cuando
el cielo se toca con los cerros,
habita
un ingeniero,
nadie
sabe cómo es
dicen
que es un moreno muy alto de mirada nostálgica
y
una voz que tiene olor a marinero brota de su interior,
al
sonar las flautas.
Los
cañaduzales conocen la voz de un cantor,
que
vino desde el mar
a
darle vida al bosque,
y
a construir una morada nueva
cerca
del sol.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 14/13
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