lunes, 14 de enero de 2013

EL INGENIERO 4 [51]


Casa de campo-Santander del Sur-Colombia.

EL INGENIERO 4 [51]

Pasó el devastador huracán,
de a poco robó todo lo que amaba
de ese rincón tan querido,

donde el mar le arrullaba cada día,
los ojos de sus chiquillos eran desnudos luceros
con sus trajes ennegrecidos y sus dientes blancos
parecían albugíneas nubes,

que veía siempre desde su lejano espacio.

¿Acaso imaginó que una gran ola le robaría todo?
¡Labró tantos caminos!

Hartos  sueños en medio de surcos de sal de vida
de blancura infinita, de índigos que llenaban sus ojos de lágrimas
de gemidos en las noches anhelando un son de tambor, 
una dulzaina, la guaracha.

El ingeniero sabía que su casa estaba sobre el nimbo,
que su alero de cartón, no aguantaría más inviernos ni aguaceros,
tendría que matar su hambre de vivir en cualquier otro sitio
pero su destino fue obligado…

Las olas no necesitaban de su tristeza
y decidió que hurtaría todas sus perlas

para  esconderlas en el mar.

Decidió marchar, nada había quedado.
Su negra suerte semejaba la oscuridad de la noche
con aquéllos ojos tan divinos que tanto amó…
Sus muchachos,

los morenos de las esquinas
robando un poco de calor en el fogón
donde se asaban cada día los peces de colores
y ellos, danzaban tan felices

con el horizonte de unos ojos vigilantes
pegados de los suyos. 

Ya todo cambió… sus pieles se perdieron cualquier día
abrazados de su buena madre gritaron tanto, que nadie los escuchó,
y ese rugido del mar, era un león herido que reclamó lo suyo
en una tarde de invierno,

mientras él vio desde lejos que su casita de cartón
se la llevaba el viento.

Caminó descalzo sin saber a dónde ir,
descansó a la vera de cualquier camino,
se volvió poeta,

se encerró en  un rancho,
inició con sus manos curtidas
a fabricar melodías en el viento
y el llanto le hizo levantar el rostro al sol. 

¡Ya verás mi negra!…

¡Serás siempre recordada!…
Nadie olvidará la gaita,
aquí nacerá la cumbia

en medio del frío y la humedad de los cerros
donde el mar estará lejano,

pero tú, estrella mía,
estarás fija cada mañana,
cada atardecer, 

al lucero gigante aparecer iluminando mi vida,
y sabré que eres tú con ellos
que me esperan cualquier día, si me obliga la soledad
o si este destino cruel se apiada de mí

nos encontraremos contando estrellitas de mar
en medio de un lecho de corales.

Poco a poco el cañaduzal se adueñó de él…
El llanto de la brisa provocó un olor a orquídeas que bajaban de los cerros
el musgo, el ocaso, la lluvia de nuevo se veía caer…

Dicen que arriba de la montaña,

cuando el cielo se toca con los cerros,
habita un ingeniero,
nadie sabe cómo es
dicen que es un moreno muy alto de mirada nostálgica
y una voz que tiene olor a marinero brota de su interior,
al sonar las flautas.

Los cañaduzales conocen la voz de un cantor,
que vino desde el mar
a darle vida al bosque,
y a construir una morada nueva

cerca del sol.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 14/13

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