sábado, 9 de junio de 2012

EL CAZADOR

Foto: EL CAZADOR 

Recuerdo a los chicos cuando los llevábamos al parque a jugar fútbol; al principio sus tíos fueron sus entrenadores y eran tan buenos  jugadores los niños, que los veía grises cuando pasaban como voladores y les arrebataban el balón y llegaba el ansiado gol, después  los juegos se fueron tornando pesados y los trataban como si fueran adultos y el juego se volvió  tan rudo que ya nos preocupaba la salud de nuestros pequeños.

Cuando algún balón se estrellaba con sus cuerpos y alguna vez un balonazo en la cabeza de mi hijo y sus constantes caídas me abocaron a prohibirle jugar con los grandes pues éste día vomitó y pasó enfermo varios días, inclusive años con dolor de cabeza. 

Ya cuando me fui a vivir a la finca, todos perdieron el deseo de jugar en la cancha que se había hecho con tanto amor, y es que decidieron que ingresaran a escuelas de fútbol, pero no todos pudieron estar ahí, pues esto representaba un costo que a veces todos no podíamos solventar y mi hijo quedó por fuera, aunque le gustaba jugar pero él mismo aceptó que no podría seguir , que eso no era para él, en medio del llanto. 

Nunca tuve la dicha de estar en alguno de sus juegos, al menos donde jugaba mi sobrino Anderson, después de verlo crecer en la finca, pero estuve en el único y más triste, el que se jugó en su honor.  


De niños intentamos llevarlos   a una escuela en el parque La Electrificadora con un entrenador especial para  ellos;  allí estaban Sebastián y Santiago,   pero no le bastaba lo que le pagábamos, que no era mucho pero si lo que cobraba, sino que llegaba a nuestras casas a pedir dinero, y empezó a llegar drogado, y ahí decidimos que con un profesor de éstos sí que peligraban, y los sacamos de allí, aunque esto representara privarnos también de verlos crecer en un ambiente sano, donde los deportes estuvieran  incluidos, que era lo que buscábamos, pero con el ejemplo del profesor nos asustamos.

 Llegaron a filmar en pleno juego,  y ellos salían después de un partido donde fueron perdedores y lloraron mucho, aparecen todos,   y se veían tan hermosos que ésta  se convirtió en una propaganda de televisión de una empresa de la ciudad, que cuando la veíamos nos emocionábamos mucho.

Fueron creciendo en el deporte, pero no todos continuaron, ahí estaban Leyder y Anderson con sus sueños de grandes jugadores, y es que no era para menos, eran maravillosos como equipo y en juego individual demostraban que eran veloces y certeros y cada vez que alguno de ellos  tomara el balón, se escuchaban los gritos de la multitud que iba a verlos cada domingo, tanto que más adelante su entrenador puso a su equipo el nombre de Anderson y  aún hoy en su homenaje entregaron una placa a sus padres, se ofreció el partido en su nombre y Leyder hizo los dos goles ganadores en medio de lágrimas, pues ya no estaba su compañero de juego, su primo tan querido. 

En medio de la multitud había un cazador, de aquéllos que se sientan  sólo a buscar chicos talento y no los perdía de vista, hasta que llegó la propuesta de llevarlos a una escuela a nivel nacional en Medellín, tenían vivienda, comida, podían seguir estudiando y tendrían la posibilidad de más adelante pertenecer a un equipo italiano o de cualquier otra parte del mundo.

Sus rostros eran de felicidad, esto me conmovía, oramos por ellos para que su destino fuera ahí donde estaban sus sueños, recuerdo a mi monacho lindo  cuando llegó a la casa a despedirse, no pude contener las lágrimas, ¿quién podría hacerlo ante semejante rostro lleno de felicidad?, me dijo: ¡madrina, le juro que cuando empiece a ganar dinero y esté en Italia, todos los meses le voy a enviar dinero, no jodaaaa para que se dé gusto en la vida!, lo abracé y nos despedimos en medio de carcajadas. 

Allí siempre se destacó por ser uno de los mejores, atento, juicioso, obediente a las reglas y calificaba siempre, estaba en el grupo elegido y finalmente sólo quedaron dos: él y un chico que hoy está en un equipo italiano, que llamó desde  allí  a su padre,  incrédulo por lo que había sucedido,  pero aquí fue por sorteo pues ambos eran excelentes y el cara y sello se lo llevó su amigo.

Después lo enviaron a Bogotá y su suerte también fue la misma,  siempre era otro, más no él, a quien el cazador de talentos le echó el ojo, aquí no valía su fuerza, su voluntad y valentía, sino algo más… dinero, destino… no bastaba con ser el mejor. 

Cuando llegó de nuevo a Barranquilla, vi sus ojos maravillosos, esa mirada limpia y su sonrisa que cautivaba tanto a las chicas pues era un enamorador, las quería a todas, las amaba y les prodigaba todo ese manantial de cariño que tenía para todas las personas, así era con la abuela, con las tías, con las amigas y con todas las personas que tuvimos la dicha de conocerlo, y su cabellera que lo hacía parecer al jugador que tanta felicidad le dio Messi, su gran ídolo, aunque siempre llevó en sus labios al máximo de todos: Jesucristo. 

Aquí llegó Tomasa, la señora que desde joven lleva una gran ponchera llena de alegrías, cocadas, de todos los sabores, enyucados,  a preguntar por él y cuando le di la noticia rompió en llanto: ¡Noooo Dios mío! ¡El monito noooo!  Él siempre me abrazaba y me besaba  y me gritaba donde me viera ¡negraaa te amooooo! ¡Eres la más hermosa de todas! - él era un chico maravilloso y me hacía reír mucho-,  y se sentó sobre una grada a llorar.

El cazador de talentos tal vez nunca se enteró de su suerte, era un sacerdote que se dedicaba a buscar chicos fuertes y capaces, excelentes jugadores que podrían ser la gloria para los mejores equipos del mundo, él sólo los buscaba de ciudad en ciudad y de Barranquilla se llevó  a mi monacho y a Leyder, creo que escogió como a 6 muchachos más, libres de vicios y llenos de vida y ganas.

Pero él era un buen perdedor, o ganador;  siempre decía:  si no sucedió esto es porque Dios me tiene para algo mejor, y continuó sus estudios, estuvo en Cartagena colaborándole a un tío, y después regresó a trabajar  en el negocio de la familia, allí estaba  todo el día y en la noche estudiaba, ya éste mes se graduaba y amaba lo que hacía,  se acostaba de madrugada haciendo sus trabajos, y cuando llegó mi hija de Alemania la convenció de que se retirara  de la Universidad del Atlántico,  para que estuviera con él, le dijo que  la acompañaría siempre,  él se enteró que un taxista  la quería abusar y otras cosas que le sucedieron cuando iba para la universidad, que la llamaba una y otra vez para que entrara donde él estaba, que la llevaría y se vendría con ella, ahora mi hija va sin él o tal vez él la siga acompañando, ¿quién puede asegurar que no sea así?.

El 3 de mayo, un día cualquiera, sólo que con la inquietud de que nuestra amada madre estaba internada en la clínica muy enferma, cada día más deteriorada su salud, llena de antibióticos, y un examen no autorizado en su pecho que finalmente fue el que más la torturó, para decir lo que ellos sabían, “leucemia”, y es que la mayoría de viejitos terminan con ésta enfermedad, yo siempre digo aunque no sé nada de medicina, que es el exceso de antibióticos  es el que termina aniquilándolos, y acabando con sus glóbulos rojos. 

Era el turno de mi cuñada para cuidar a mi madre, Betsabé se ofreció voluntariamente pues amaba mucho a mi viejita y pues le dejamos su espacio, ella iba de búho, así llamábamos a las del turno de noche que eran Myriam, Socorro y Betsa, pero al llegar la notamos pálida al igual que a María Victoria y esa salida de Domingo así tan rápido cuando él nos acompañaba, sin despedirse siquiera nos tenía muy inquietas y les preguntamos con Lucía que porqué estaban así tan pálidas, pero no respondieron nada, tal vez la subida por las escaleras pues les metí miedo con el ascensor, porque vi todos los desechos que llevaban ahí, en un gran tanque verde y rojo,  y les dije que todas las bacterias y almas estaban en el ascensor. 

Al bajar estaban todos los hombres de la casa, recuerdo a Leonardo, José, Pablo, Domingo, se chutaban la pelota hasta que al fin les preguntamos que  si había pasado algo, todos empezaron a llorar y en medio del llanto nos dieron la fatal noticia: Anderson no está, una volqueta no lo vio…

El resto sólo incertidumbre y dolor, incredulidad, aún en éste momento me parece una pesadilla, pero hay una fuerza interior venida de algún sitio que nos permite aceptar lo que pasó, hasta mi madre que no sabía nada nos hizo saber: “Habrá un gran partido de fútbol donde toda la familia asistirá”, después de esto comprendimos las palabras de mi viejita. 

Hoy veo a otro cazador, un horrible cazador de llantas negras y láminas de hierro que se pasean como Pedro por su casa robando la vida a quien se le antoje, y los jóvenes de las  motos que nadie los ve, que parecieran cucarachas para aquéllos grandes que se creen dueños de las calles, y que cada día dejan un hogar enlutado, y lo peor de todo es que quien manejaba era un chico de 18 años, a quien aún hoy  no le vemos el rostro, pues está tras las rejas mientras se aclara el accidente.

El consuelo que me llega desde la luz  de la mente,  es que Jesucristo fue quien finalmente reclamó su presa,  era suya desde el principio, desde que vino a la vida  y aún desde antes de nacer, le pertenecía y a él retornó sin importar cómo; allí estaba su muchacho vestido de grandes alas doradas, con esa maravillosa mirada que lo acompañaría en sus rumbas diarias, pues allí habría muchas, sólo juegos y sonrisas donde el dolor era cuento del ayer, mientras esperamos nuestro propio viaje, y pedimos a Dios que no sea así, de ésta manera tan triste, pero nos consolamos pensando que Dios amaba tanto a  nuestra madre que se quiso llevar a su nieto amado para que limpiara su camino, y los dos ingresaran a ese  túnel mágico vestidos de ese  sol…  de ese gran sol que mi reina  pronunciaba minutos antes de su muerte, y que interpretamos como  la luz de María, esa diosa  que vendría vestida de sol a  reclamar a sus niños para llevarlos más allá de ese brillo donde tendrían ese sitio privilegiado que la vida les negó. 

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, junio 8/12

EL CAZADOR 

Recuerdo a los chicos cuando los llevábamos al parque a jugar fútbol; al principio sus tíos fueron sus entrenadores y eran tan buenos jugadores los niños, que los veía grises cuando pasaban como voladores y les arrebataban el balón y llegaba el ansiado gol, después los juegos se fueron tornando pesados y los trataban como si fueran adultos y el juego se volvió tan rudo que ya nos preocupaba la salud de nuestros pequeños.

Cuando algún balón se estrellaba con sus cuerpos y alguna vez un balonazo en la cabeza de mi hijo y sus constantes caídas me abocaron a prohibirle jugar con los grandes pues éste día vomitó y pasó enfermo varios días, inclusive años con dolor de cabeza.

Ya cuando me fui a vivir a la finca, todos perdieron el deseo de jugar en la cancha que se había hecho con tanto amor, y es que decidieron que ingresaran a escuelas de fútbol, pero no todos pudieron estar ahí, pues esto representaba un costo que a veces todos no podíamos solventar y mi hijo quedó por fuera, aunque le gustaba jugar pero él mismo aceptó que no podría seguir , que eso no era para él, en medio del llanto.

Nunca tuve la dicha de estar en alguno de sus juegos, al menos donde jugaba mi sobrino Anderson, después de verlo crecer en la finca, pero estuve en el único y más triste, el que se jugó en su honor.


De niños intentamos llevarlos a una escuela en el parque La Electrificadora con un entrenador especial para ellos; allí estaban Sebastián y Santiago, pero no le bastaba lo que le pagábamos, que no era mucho pero si lo que cobraba, sino que llegaba a nuestras casas a pedir dinero, y empezó a llegar drogado, y ahí decidimos que con un profesor de éstos sí que peligraban, y los sacamos de allí, aunque esto representara privarnos también de verlos crecer en un ambiente sano, donde los deportes estuvieran incluidos, que era lo que buscábamos, pero con el ejemplo del profesor nos asustamos.

Llegaron a filmar en pleno juego, y ellos salían después de un partido donde fueron perdedores y lloraron mucho, aparecen todos, y se veían tan hermosos que ésta se convirtió en una propaganda de televisión de una empresa de la ciudad, que cuando la veíamos nos emocionábamos mucho.

Fueron creciendo en el deporte, pero no todos continuaron, ahí estaban Leyder y Anderson con sus sueños de grandes jugadores, y es que no era para menos, eran maravillosos como equipo y en juego individual demostraban que eran veloces y certeros y cada vez que alguno de ellos tomara el balón, se escuchaban los gritos de la multitud que iba a verlos cada domingo, tanto que más adelante su entrenador puso a su equipo el nombre de Anderson y aún hoy en su homenaje entregaron una placa a sus padres, se ofreció el partido en su nombre y Leyder hizo los dos goles ganadores en medio de lágrimas, pues ya no estaba su compañero de juego, su primo tan querido.

En medio de la multitud había un cazador, de aquéllos que se sientan sólo a buscar chicos talento y no los perdía de vista, hasta que llegó la propuesta de llevarlos a una escuela a nivel nacional en Medellín, tenían vivienda, comida, podían seguir estudiando y tendrían la posibilidad de más adelante pertenecer a un equipo italiano o de cualquier otra parte del mundo.

Sus rostros eran de felicidad, esto me conmovía, oramos por ellos para que su destino fuera ahí donde estaban sus sueños, recuerdo a mi monacho lindo cuando llegó a la casa a despedirse, no pude contener las lágrimas, ¿quién podría hacerlo ante semejante rostro lleno de felicidad?, me dijo: ¡madrina, le juro que cuando empiece a ganar dinero y esté en Italia, todos los meses le voy a enviar dinero, no jodaaaa para que se dé gusto en la vida!, lo abracé y nos despedimos en medio de carcajadas.

Allí siempre se destacó por ser uno de los mejores, atento, juicioso, obediente a las reglas y calificaba siempre, estaba en el grupo elegido y finalmente sólo quedaron dos: él y un chico que hoy está en un equipo italiano, que llamó desde allí a su padre, incrédulo por lo que había sucedido, pero aquí fue por sorteo pues ambos eran excelentes y el cara y sello se lo llevó su amigo.

Después lo enviaron a Bogotá y su suerte también fue la misma, siempre era otro, más no él, a quien el cazador de talentos le echó el ojo, aquí no valía su fuerza, su voluntad y valentía, sino algo más… dinero, destino… no bastaba con ser el mejor.

Cuando llegó de nuevo a Barranquilla, vi sus ojos maravillosos, esa mirada limpia y su sonrisa que cautivaba tanto a las chicas pues era un enamorador, las quería a todas, las amaba y les prodigaba todo ese manantial de cariño que tenía para todas las personas, así era con la abuela, con las tías, con las amigas y con todas las personas que tuvimos la dicha de conocerlo, y su cabellera que lo hacía parecer al jugador que tanta felicidad le dio Messi, su gran ídolo, aunque siempre llevó en sus labios al máximo de todos: Jesucristo.

Aquí llegó Tomasa, la señora que desde joven lleva una gran ponchera llena de alegrías, cocadas, de todos los sabores, enyucados, a preguntar por él y cuando le di la noticia rompió en llanto: ¡Noooo Dios mío! ¡El monito noooo! Él siempre me abrazaba y me besaba y me gritaba donde me viera ¡negraaa te amooooo! ¡Eres la más hermosa de todas! - él era un chico maravilloso y me hacía reír mucho-, y se sentó sobre una grada a llorar.

El cazador de talentos tal vez nunca se enteró de su suerte, era un sacerdote que se dedicaba a buscar chicos fuertes y capaces, excelentes jugadores que podrían ser la gloria para los mejores equipos del mundo, él sólo los buscaba de ciudad en ciudad y de Barranquilla se llevó a mi monacho y a Leyder, creo que escogió como a 6 muchachos más, libres de vicios y llenos de vida y ganas.

Pero él era un buen perdedor, o ganador; siempre decía: si no sucedió esto es porque Dios me tiene para algo mejor, y continuó sus estudios, estuvo en Cartagena colaborándole a un tío, y después regresó a trabajar en el negocio de la familia, allí estaba todo el día y en la noche estudiaba, ya éste mes se graduaba y amaba lo que hacía, se acostaba de madrugada haciendo sus trabajos, y cuando llegó mi hija de Alemania la convenció de que se retirara de la Universidad del Atlántico, para que estuviera con él, le dijo que la acompañaría siempre, él se enteró que un taxista la quería abusar y otras cosas que le sucedieron cuando iba para la universidad, que la llamaba una y otra vez para que entrara donde él estaba, que la llevaría y se vendría con ella, ahora mi hija va sin él o tal vez él la siga acompañando, ¿quién puede asegurar que no sea así?.

El 3 de mayo, un día cualquiera, sólo que con la inquietud de que nuestra amada madre estaba internada en la clínica muy enferma, cada día más deteriorada su salud, llena de antibióticos, y un examen no autorizado en su pecho que finalmente fue el que más la torturó, para decir lo que ellos sabían, “leucemia”, y es que la mayoría de viejitos terminan con ésta enfermedad, yo siempre digo aunque no sé nada de medicina, que es el exceso de antibióticos es el que termina aniquilándolos, y acabando con sus glóbulos rojos.

Era el turno de mi cuñada para cuidar a mi madre, Betsabé se ofreció voluntariamente pues amaba mucho a mi viejita y pues le dejamos su espacio, ella iba de búho, así llamábamos a las del turno de noche que eran Myriam, Socorro y Betsa, pero al llegar la notamos pálida al igual que a María Victoria y esa salida de Domingo así tan rápido cuando él nos acompañaba, sin despedirse siquiera nos tenía muy inquietas y les preguntamos con Lucía que porqué estaban así tan pálidas, pero no respondieron nada, tal vez la subida por las escaleras pues les metí miedo con el ascensor, porque vi todos los desechos que llevaban ahí, en un gran tanque verde y rojo, y les dije que todas las bacterias y almas estaban en el ascensor.

Al bajar estaban todos los hombres de la casa, recuerdo a Leonardo, José, Pablo, Domingo, se chutaban la pelota hasta que al fin les preguntamos que si había pasado algo, todos empezaron a llorar y en medio del llanto nos dieron la fatal noticia: Anderson no está, una volqueta no lo vio…

El resto sólo incertidumbre y dolor, incredulidad, aún en éste momento me parece una pesadilla, pero hay una fuerza interior venida de algún sitio que nos permite aceptar lo que pasó, hasta mi madre que no sabía nada nos hizo saber: “Habrá un gran partido de fútbol donde toda la familia asistirá”, después de esto comprendimos las palabras de mi viejita.

Hoy veo a otro cazador, un horrible cazador de llantas negras y láminas de hierro que se pasean como Pedro por su casa robando la vida a quien se le antoje, y los jóvenes de las motos que nadie los ve, que parecieran cucarachas para aquéllos grandes que se creen dueños de las calles, y que cada día dejan un hogar enlutado, y lo peor de todo es que quien manejaba era un chico de 18 años, a quien aún hoy no le vemos el rostro, pues está tras las rejas mientras se aclara el accidente.

El consuelo que me llega desde la luz de la mente, es que Jesucristo fue quien finalmente reclamó su presa, era suya desde el principio, desde que vino a la vida y aún desde antes de nacer, le pertenecía y a él retornó sin importar cómo; allí estaba su muchacho vestido de grandes alas doradas, con esa maravillosa mirada que lo acompañaría en sus rumbas diarias, pues allí habría muchas, sólo juegos y sonrisas donde el dolor era cuento del ayer, mientras esperamos nuestro propio viaje, y pedimos a Dios que no sea así, de ésta manera tan triste, pero nos consolamos pensando que Dios amaba tanto a nuestra madre que se quiso llevar a su nieto amado para que limpiara su camino, y los dos ingresaran a ese túnel mágico vestidos de ese sol… de ese gran sol que mi reina pronunciaba minutos antes de su muerte, y que interpretamos como la luz de María, esa diosa que vendría vestida de sol a reclamar a sus niños para llevarlos más allá de ese brillo donde tendrían ese sitio privilegiado que la vida les negó.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, junio 8/12

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