jueves, 31 de mayo de 2012

UN AMIGO...

Foto: UN AMIGO 

Por nuestra vida pasan muchas personas, pero cuando es un amigo el que toca a nuestra puerta, comprendemos que Dios nos consuela a través de otros y de su entereza recibimos un  gran alivio.

Me he  atrevido a contar una historia como tantas de las que todos hemos vivido, ésta es de colegio, de panas, de amigos de toda una vida, de compañeros de juego, de llantos y alegrías que ha perdurado en el tiempo sin importar nada,  sólo ese lazo de hermandad que ha unido a muchas personas y los hace ver ante nuestros ojos como seres de luz.

La historia se remonta a la época de colegio de mi hermano Juan Carlos, y su amigo Genaro. Acababan de terminar su bachillerato y ellos desde el principio ahorraron; todo el grupo de compañeros, para un ansiado viaje a la Costa Atlántica, donde actualmente vivimos, deseaban celebrar por todo lo alto ese acontecimiento, pues en un pueblo como Zapatoca, donde la mayoría de personas añoran que sus hijos se preparen y por lo menos terminen éste escalón en la Escuela Industrial que  en ésa  época era una de las mejores de Santander, era una dicha mayor, y quienes podían ingresaban a la UIS, pues salían muy bien preparados ya sea para continuar  o iniciar un trabajo independiente o como asalariado ya que eran muy apetecidos por las empresas. 

Conocerían el mar y ese es el gran sueño de las personas que vivimos en el interior, ese inmenso azul siempre nos llama, deseamos verlo, tocarlo, nos  decían que el agua era salada y no comprendíamos como los peces vivían ahí, éramos jóvenes con muchas inquietudes pero criados en un ambiente totalmente sano y alejado de los vicios y las malas costumbres de las ciudades, los muchachos se preparaban para éste acontecimiento de aguas azules y saladas y estaban radiantes de felicidad.

Se acerca el día entre oraciones y lágrimas de las madres, y consejos de los padres,  pero sus lágrimas eran de felicidad, con  mucho miedo y recomendaciones: “Que la virgencita los proteja, que el Señor de los Milagros esté siempre en sus caminos, lleven el escapulario de la virgencita que él los protege de todo mal” y con la bendición de sus padres y el alboroto de los chicos que no querían más sermones, partieron en un bus, en medio de cánticos y alabanzas.

El camino fue sólo sonrisas, abrazos, recuerdos de juegos y convivencias que se contaban unos a otros, un viaje largo, con escalas para tomar descansos, en esa época aún no estaba el Puente Pumarejo y deberían hacer trasbordo en un planchón para pasar hacia el otro lado del  gran Río Magdalena… y el viaje continuó… cuando aparece el cartel: Bienvenidos a Cartagena… el júbilo y los gritos llenaron  el espacio, los abrazos y hasta los besos en broma de los muchachos se escuchaban ante el asombro de quienes los veían,  ¡¡eyyy cachacooosss!!.. y ellos  respondían y gritaban y su alegría era contagiosa, y el cielo, el camino hacia ésta tierra les pareció lo más bello que sus ojos habían visto, en medio de paisajes llanos, sin  montañas como estaban acostumbrados y allí… confundido con las nubes azules estaba lo que ellos durante tanto tiempo añoraban: ¡¡el mar azul!!...

No lo podían creer, les pareció mágico y hermoso, nunca imaginaron que sería así de inmenso, como un infinito ahí todo para ellos, y sin esperar corrieron agitados, se quitaron la ropa y con sus  pantalonetas corrieron y corrieron… y se lanzaron con ese júbilo del primer día.

Genaro no lo podía creer, ¡¡Dios mío!! Gracias por éste regalo maravilloso que nos has dado… y corrió veloz como una gacela y con sus manos extendidas acostumbradas a los pozos profundos desde donde se lanzaban desde una gran roca, en  El Pozo del Ahogado, en mi pueblo: se  lanzó en picada al fondo de ese mar que creía profundo y quedó ahí… tendido sin poder correr, ni elevarse, ni hablar…

Juan Carlos iba a su lado y no lo podía creer, ¡¡Genaroooo!! Amigo mío que te pasa amigo… y corrieron con él a la clínica y el paseo terminó.

Tristes y acongojados regresaron a Zapatoca con una terrible noticia: Genaro se partió la columna y no podría caminar más, y lo que es peor, su movimiento se perdió desde el cuello. 

El proceso de la aceptación fue largo y doloroso, Genaro no lo podía creer ni sus amigos, ni nadie  esperaba un regreso tan triste de los muchachos y todo fue llanto y oración.

Hoy estaba sentada junto a mí hermano Juan Carlos, en el cementerio donde enterrarían a su propio hijo, Anderson,  y entró una llamada: Era Genaro.

Mi hermano empezó a llorar y a desahogarse, y las palabras de aliento que recibió me conmovieron mucho, ese muchacho que estaba allí, con el teléfono en la mano de otra persona pues él no podía mover ni sus manos, era quien 25 años después  del accidente, lo consolaba y le daba ánimo y mi hermano le dijo: Han sido hermano mío, las palabras de consuelo más grandes que acabo de recibir, como usted amigo, que lo perdió todo, que se quedó así  como está ahora desde hace tanto tiempo, tiene el coraje de darme ánimo para que continúe, hermanito, esto nunca lo voy a olvidar, y después de un rato, sentí que mi hermano tenía a un ser maravilloso a su lado y que ese amigo hablaba a través de Jesucristo.

 De donde menos imaginamos llega el consuelo a nuestros males  y de las personas que creemos infelices por su condición, pero Genaro demostró además de ser un hombre valiente, que era agradecido y que Dios lo tenía para grandes cosas y en éste momento demostró que no era cualquier persona común y corriente, era  “el mejor amigo de mi hermano”.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, mayo 30/12
Juan Carlos y un amigo, Zapatoca ss

UN AMIGO 

Por nuestra vida pasan muchas personas, pero cuando es un amigo el que toca a nuestra puerta, comprendemos que Dios nos consuela a través de otros y de su entereza recibimos un gran alivio.

Me he atrevido a contar una historia como tantas de las que todos hemos vivido, ésta es de colegio, de panas, de amigos de toda una vida, de compañeros de juego, de llantos y alegrías que ha perdurado en el tiempo sin importar nada, sólo ese lazo de hermandad que ha unido a muchas personas y los hace ver ante nuestros ojos como seres de luz.

La historia se remonta a la época de colegio de mi hermano Juan Carlos, y su amigo Genaro. Acababan de terminar su bachillerato y ellos desde el principio ahorraron; todo el grupo de compañeros, para un ansiado viaje a la Costa Atlántica, donde actualmente vivimos, deseaban celebrar por todo lo alto ese acontecimiento, pues en un pueblo como Zapatoca, donde la mayoría de personas añoran que sus hijos se preparen y por lo menos terminen éste escalón en la Escuela Industrial que en ésa época era una de las mejores de Santander, era una dicha mayor, y quienes podían ingresaban a la UIS, pues salían muy bien preparados ya sea para continuar o iniciar un trabajo independiente o como asalariado ya que eran muy apetecidos por las empresas.

Conocerían el mar y ese es el gran sueño de las personas que vivimos en el interior, ese inmenso azul siempre nos llama, deseamos verlo, tocarlo, nos decían que el agua era salada y no comprendíamos como los peces vivían ahí, éramos jóvenes con muchas inquietudes pero criados en un ambiente totalmente sano y alejado de los vicios y las malas costumbres de las ciudades, los muchachos se preparaban para éste acontecimiento de aguas azules y saladas y estaban radiantes de felicidad.

Se acerca el día entre oraciones y lágrimas de las madres, y consejos de los padres, pero sus lágrimas eran de felicidad, con mucho miedo y recomendaciones: “Que la virgencita los proteja, que el Señor de los Milagros esté siempre en sus caminos, lleven el escapulario de la virgencita que él los protege de todo mal” y con la bendición de sus padres y el alboroto de los chicos que no querían más sermones, partieron en un bus, en medio de cánticos y alabanzas.

El camino fue sólo sonrisas, abrazos, recuerdos de juegos y convivencias que se contaban unos a otros, un viaje largo, con escalas para tomar descansos, en esa época aún no estaba el Puente Pumarejo y deberían hacer trasbordo en un planchón para pasar hacia el otro lado del gran Río Magdalena… y el viaje continuó… cuando aparece el cartel: Bienvenidos a Cartagena… el júbilo y los gritos llenaron el espacio, los abrazos y hasta los besos en broma de los muchachos se escuchaban ante el asombro de quienes los veían, ¡¡eyyy cachacooosss!!.. y ellos respondían y gritaban y su alegría era contagiosa, y el cielo, el camino hacia ésta tierra les pareció lo más bello que sus ojos habían visto, en medio de paisajes llanos, sin montañas como estaban acostumbrados y allí… confundido con las nubes azules estaba lo que ellos durante tanto tiempo añoraban: ¡¡el mar azul!!...

No lo podían creer, les pareció mágico y hermoso, nunca imaginaron que sería así de inmenso, como un infinito ahí todo para ellos, y sin esperar corrieron agitados, se quitaron la ropa y con sus pantalonetas corrieron y corrieron… y se lanzaron con ese júbilo del primer día.

Genaro no lo podía creer, ¡¡Dios mío!! Gracias por éste regalo maravilloso que nos has dado… y corrió veloz como una gacela y con sus manos extendidas acostumbradas a los pozos profundos desde donde se lanzaban desde una gran roca, en El Pozo del Ahogado, en mi pueblo: se lanzó en picada al fondo de ese mar que creía profundo y quedó ahí… tendido sin poder correr, ni elevarse, ni hablar…

Juan Carlos iba a su lado y no lo podía creer, ¡¡Genaroooo!! Amigo mío que te pasa amigo… y corrieron con él a la clínica y el paseo terminó.

Tristes y acongojados regresaron a Zapatoca con una terrible noticia: Genaro se partió la columna y no podría caminar más, y lo que es peor, su movimiento se perdió desde el cuello.

El proceso de la aceptación fue largo y doloroso, Genaro no lo podía creer ni sus amigos, ni nadie esperaba un regreso tan triste de los muchachos y todo fue llanto y oración.

Hoy estaba sentada junto a mí hermano Juan Carlos, en el cementerio donde enterrarían a su propio hijo, Anderson, y entró una llamada: Era Genaro.

Mi hermano empezó a llorar y a desahogarse, y las palabras de aliento que recibió me conmovieron mucho, ese muchacho que estaba allí, con el teléfono en la mano de otra persona pues él no podía mover ni sus manos, era quien 25 años después del accidente, lo consolaba y le daba ánimo y mi hermano le dijo: Han sido hermano mío, las palabras de consuelo más grandes que acabo de recibir, como usted amigo, que lo perdió todo, que se quedó así como está ahora desde hace tanto tiempo, tiene el coraje de darme ánimo para que continúe, hermanito, esto nunca lo voy a olvidar, y después de un rato, sentí que mi hermano tenía a un ser maravilloso a su lado y que ese amigo hablaba a través de Jesucristo.

De donde menos imaginamos llega el consuelo a nuestros males y de las personas que creemos infelices por su condición, pero Genaro demostró además de ser un hombre valiente, que era agradecido y que Dios lo tenía para grandes cosas y en éste momento demostró que no era cualquier persona común y corriente, era “el mejor amigo de mi hermano”.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, mayo 30/12

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