de Sheila Smith Anderson, el Viernes, 15 de abril de 2011 a las 18:26
FIERROS (216)
Esta historia viene de mis años de trabajo como secretaria en el banco más importante de Colombia, Caja Agraria que ahora se llama Banco Agrario, diseñado para ayudar al campesino pero que con el tiempo terminó acabándose y convirtiéndose en otro nombre: Banco Agrario.
Sin entrar en más detalles, mi trabajo ahí como contadora auxiliar arduo pero bello, ya que amo a los campesinos y los años que estuve ahí fueron lo más maravilloso que he vivido, ya que de ellos sólo recibimos amor, cariño y respeto con toda la humildad y entrega de sus corazones.
Me encantaba salir del banco con los amigos y mi hermana que estaba conmigo allí en ese pueblo al que por razones que tal vez después cuente, solicité traslado.
Llegué a un pueblo bello sembrado en medio de cerros inmensos y por el centro del mismo bañado por un pequeño río y una quebrada que se unían y podíamos ver sus dos colores, pero que cuando se crecía parecía un león devastador y casi acaba con el mismo. En esa época ya estaban los canadienses empezando labores para canalizar, si no hubiesen hecho ese trabajo, estoy segura que el pueblo ya no existiría.
Allí conocí amigos verdaderos, gente sencilla que me prodigaron cariño y respeto, que me brindaron acogida entre esas heladas tierras, y aún a pesar de estar a una temperatura demasiado baja, nunca quise usar abrigos, me gustaban mis bellos pechos al aire.
Estaba con mi hermana Sonia y unos amigos allí en la tienda que quedaba seguida al Banco y donde me vendían las comidas, me encantaba sentarme ahí en medio de borrachos, músicos con sus guitarras y tiples que entonaban sus melodías y carrangas campesinas tan adorables y me embelesaba viéndolos cantar y tocar, semejaban las cascadas de ese precioso pueblo llamado Tona que nunca olvidaré.
Recuerdo a un señor desdentado que tocaba guitarra y cantaba, un poco burlona con mi hermana pues tenía unos grandes dientes como Drácula y cuando terminaba de cantar lo aplaudíamos mucho, pero yo tenía un ataque de risa que no podía conmigo, ese es mi problema y el tipo nos empezó a mirar mucho, total que la guachafita tocó frenarla.
Me gusta reírme de todo, él me miraba sorprendido de vez en cuando y me picaba el ojo mientras seguía orgulloso con la melodía. Ya estaban un poco subidos de tono y le dije a mi hermana que ya... uffff! ya empezaban a brindar mucho aguardiente y ron, esto era lo usual, pues quitaba el frío y los calores ya estaban como pesados. Nos despedimos, pero casi enseguida se forma tremenda pelea entre 2 muchachos que estaban ahí con nosotras. Recuerdo que fue tan rápido todo, el uno sacó un tremendo cuchillo y lo metió en el estómago del compañero y éste agarró sus vísceras, pues se salieron enseguida. Esto fue espantoso, pero no corrimos sino que nos quedamos impávidas viendo que pasaba.
Quien metió el cuchillo empezó a correr muy veloz hacia la iglesia, el otro joven se sacó el cuchillo de su estómago y con sus vísceras por fuera, lo lanzó sobre el otro joven que corría, y al momento lo vemos correr más despacio y cayó en el atrio de la iglesia boca arriba. Fue fulminante, corrimos todos a ver semejante espectáculo, nadie movió nada, sólo cogieron al joven del estómago abierto y lo llevaron en un camión a Bucaramanga, el otro joven sólo miraba al cielo mientras borbotones de sangre salían por su herida en el costado. se fue desprendiendo lentamente hasta que murió desangrado en medio de sonidos guturales.
Yo gritaba que un médico, una ambulancia, pero nadie se movió, pareciera que lo querían muerto o presentían que nada se podía hacer por el joven.
Esta imagen aún sigue fresca en mi mente, recuerdo también que el joven muerto fue quien lanzó primero el cuchillo, cosas del destino, el otro joven trataba de calmarlo siempre, pero él en su borrachera y locura no lo escuchó.
Al día siguiente nos enteramos que el joven herido en el estómago estaba a salvo.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, 15 abril 2011
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